Carta para ciegos




Las enviamos todas el mismo día. Con dirección y remitente. Antes estuvieron aquí, y siguieron llegando, se acumularon muchas y por eso decidimos devolverlas. Decían lo siguiente:
A usted estimada persona que tiene cosas por las que preocuparse en la vida:
He estado varios días meditando acerca del contenido de esta carta. Quería decirle que las cosas han cambiado demasiado estos últimos años. Me he preguntado: ¿De dónde eres? ¿Dónde vives? Me he servido de mis inquietudes para saber de ti, son todo sospechas. Si, alguna vez debiste haber sospechado de quien se sentó a tu lado en el parque, en el autobús, en la sala del cine, en el comedor de tu casa. Personas normales, comunes, cotidianas, ordinarias. Por supuesto que si hablamos de lo normal jamás saldremos de lo ordinario. Bien sabrás que ser extraordinario conlleva un riesgo. Lo primero es entendernos, es necesario lograr una sincronía con la casualidad, que no es más que un patrón azaroso. Luego debemos entender que todo está en su lugar, fuera de este, entre este, sobre este, bajo este; como si vibrara, en diferentes lugares simultáneamente. Imagino que escuchas la vibración, es sencillo escucharla si haces silencio, si te vuelves nadie para ti mismo.  Finalmente hay que conectarlo todo, los puntos, las comas, los silencios las ambigüedades y todo lo que parece estar allí sin tener un propósito.  ¿Ahora lo ves?
Siempre he querido contarle a alguien acerca de mi vida, tan extraña y tan sola. No te preocupes si al leer estas líneas te entristeces, me gusta estar solo. Disfruto el vació que me hace eco, esa es mi única forma de escucharme. No se puede estar perdido si tu lugar está en todas partes. Esto te lo digo sin ánimos de ofender, la felicidad que tanto buscas no es lo mejor. La felicidad se basa en todo aquello que te he dicho, en los puntos que convergen en tus labios para hacer una sonrisa, una risa, un gemido, un suspiro. En cambio, la paz es mucho mejor. Los puntos convergen, todos, no forman nada, pero lo forman todo, aceptamos y la paz es el centro de la convergencia. Cuantos han dicho que es tan complejo, muchos se han perdido por andar mirando las cosas muy de cerca, las cosas se los tragan.
Hace unos meses, cuando me sucedió lo que ya conoces, tuve la sensación de que la obscuridad era clara, y la claridad… bueno la claridad tiene al mundo ciego. Quiero compartir estas dudas que han nacido fuera de mí…. ¿Cómo es la vida allá fuera? ¿Adónde va la gente que no son yo? ¿Dónde están ellos? ¿Quién los acompaña? Estaría encantado en poder regalarte algo muy mío, algo perteneciente a las intimidades de mis intimidades, pero no puede ser. El límite de mi universo está más abajo que el cielo, quizás ni me sobrepasa. Desde el limite aprendo, de los otros, pero el límite es infinito, mi tiempo finito y la vida, es un universo que espera para retraerse y explotar. Todo lo que quiero decirte es que desconozco todas aquellas cosas que están fuera de mí, incluso las preguntas que aún no me hago.
El propósito final de esta carta es saber de ti, no de tu vida, no de lo que haces, no de todas esas cosas que te componen. Necesito tus convergencias, tus puntos de silencio, tus elucubraciones de palabras diseñadas para decir algo.  ¿Quién soy? Eso siempre ha sido una pregunta filosófica. Pero de ese soy, es de quien quiero saber, no es necesario saber que has llevado a tus hijos al parque, que has cenado delicioso, que estás en todas las redes sociales, que buscas quien te ame, que se murió tu padre o tu madre o tú. Solo necesito un eco resonando en el espacio, algo que me deje saber que más allá de mi universo no solo existe el vacío.  No es de interés lo que pienses, no debes pensar, debes sentir. No es de interés lo que crees, no debes tener fe. No es de interés lo que sucede, no sucede nada nuevo. Si es de interés la duda, aprender que la duda es la certeza de que siempre habrá más. Con mis dudas, eternas amigas que hacen de mi vida una mejor, me despido, no sin antes pedirte que, si esta carta te ha llegado por error, por favor devuélvela al remitente, eso alimentará mi duda y la duda me dará vida.

Estás eran palabras escritas en una carta que recibí, una y otra vez, siempre igual, las devolví. Comencé a dudar al ver que no podía ir más allá de la carta, sin darme cuenta, todo cambió, nacieron dudas con las que aprendí a vivir y convergí en la paz.

Gracias anónimo, por enviarme la carta.

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