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Mostrando las entradas de abril, 2018

EXILIO DEL DIFERENTE- REDES SOCIALES

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Federico es uno de esos pocos tipos que ve a la vida mientras esta lo mira a él.   Se miran profundamente, como si se reconocieran, por eso Federico pasa la vida ensimismado, metiendo las manos en los bolsillos cuando sale a caminar. En ocasiones Federico necesita localizarse en el mundo, por eso su amigo le sugirió unirse a una red social. En las tardes, casi cuando el sol baja en picada para sumergirse en el horizonte, Federico visita virtualmente a sus “amigos”. Una lista grande se desplaza por el monitor, pesadas piedras se estiran a lo largo y ancho de la pantalla. Son los comentarios de esa gente que dice conocerlo, haberlo conocido, haberlo visto alguna vez.   Federico comienza por leer algunas noticias, el mundo gira rápido y la tecnología lo sabe, te acerca la información a tu casa, abre la puerta y la sube hasta tus manos, en caso de que la leamos. Federico pasa su vista por algunos buenos chistes, risas que parchan la crudeza del reflejo de la luz, al menos por un rato

Microcuentos del campo taciturno

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La ciudad lejos del campo Nadie lo piensa. Allá, lejos del bullicio, de los revoltijos de gente, de la cultura rebozada en las salas de festivales, de las grandes murallas edificadas con luces, aún más allá; de donde nace la prisa, la riqueza, la tolerancia, las miles de cosas que hacen al mundo lo que aparenta ser. Allá, en los campos, también pasan cosas interesantes. Leche fresca Y pensaron sus amigos de la ciudad que en su granja aún se ordeñaban las vacas. Llegado el amanecer, se preparó un café con leche fresca, pasteurizada y con 2% de grasa. Día de fiesta La tensión se podía cortar con un cuchillo. Todos los animales en la granja estaban con los pelos o plumas de punta, excepto el perro, que, recostado en la alfombra, soñaba con saborear los huesos sobrantes de la fiesta. Canibalismo Tras un desayuno echado a perder, las gallinas comieron, los huevos que habían puesto el día antes. Alcancías llenas Los días coincidieron. El hijo del granjero qu

Hábito de seda roja / Red silk habit

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English Cuando cumplí los 15 años Sor Inés llegó a la parroquia. Era una joven humilde, muy linda, de veinte y tantos años, una monja nueva en edición deluxe, una Eva en potencia. Según dijo mi madre en casa, había sido trasladada a nuestra parroquia por órdenes directas del obispo. Domingo tras domingo se sentaba en la esquina del banco, lo que me colocaba muy cerca de su gracia divina, ya que mi madre se empeñaba en sentarse siempre en los primeros asientos para que mi padre no se durmiera.   Un domingo de cuaresma Sor Inés se acercó a hablar con mi madre, le comentó acerca de los cursos de monaguillos que ella iba a ofrecer entre la escasez de recursos. Acto seguido, me preguntó si quería ser miembro de los monaguillos. Le respondí que tenía que pensarlo, nunca fui devoto del todo. A llegar a casa mi madre comenzó a hablar como si ya hubiese aceptado, realmente le hacía ilusión que su hijo formara parte de un grupo religioso.   El domingo siguiente me acerqué a Sor Inés y

El vértigo del amor

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Libre como el viento, llegaste a mi sueño. Mis ojos cerrados, vueltos de revés, mirándome hacia adentro. Allí te vi, pero esta vez sin sonrisa, sin una mirada pura para darme, eras enfermedad, pero dulce. Me encanta. Sin pensarlo corrí a tus brazos, pero no hubo forma de sostenerme, tus amputadas extremidades no me recogieron, no me cargaron en un abrazo. Sin embargo, fue tan fabuloso como haberte abrazado. Corrupto, lleno de la incredulidad que producen los mal paridos sueños, quise cargarte. Mis brazos te sujetaron un momento, diminuto momento, mis brazos comenzaron a estirarse. Caminamos juntos hasta la cima, sin poder tomarnos de la mano, con mis brazos recostándose sobre el suelo y arrastrándose sobre la tierra, con el polvo metido entre las uñas. Estábamos allí, justo en el tope de nuestro sueño, un sueño que tardó tanto que cuando lo conocimos ya era todo dientes. Te mordió, lo recuerdo, por eso perdiste los brazos, un sueño rabioso te contagió de futuro y el espanto se me

Microcuentos del circo errante /

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English El truco del conejo Todos miraron con asombro la ilusión del conejo en el sombrero, excepto el conejo, que miró con susto, como el mago hacía aparecer gente. Dos mitades El mago dividía a su asistente en dos, cada noche, durante la función. Durante el día la recomponía, al fin y al cabo, era el amor de su vida el que se dividía cada noche. Contorsión Luego de su acto, la contorsionista se puso de pie. Ahí me di cuenta, mi vida aún tiene solución. Trifulca circense Se divorciaron, y para el espectáculo no hubo mago, ni asistente, ni acróbata. Tras la carpa, lloraba uno de los payasos. Beso manso El león le dio un beso a su domador, y él, perdió la cabeza. Circo de pulgas Las pulgas migraron al circo y dejaron de soñar con pasear en su propio perro. Política de circo El espectáculo era tan mediocre, que el circo parecía estar en todas partes. Buen mago Todos quedaron encantados con el mago, pero no captaron el truco.

Frank-enstein

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English Sentí la hoja del puñal llegar desde afuera, entonces me di cuenta. La hoja cortó mi piel y sentí el aire rozar la herida, el coagular de la sangre sobre el abismo, imaginé. El puñal salió limpio, como si no hubiese cortado nada, siempre lo supe.   No sentí el fluir de la sangre, ni los nervios escurridizos avisando al cerebro desesperados. Estaba tan tranquilo, que no tuvo otro remedio, volvió a apuñalarme. Un cosquilleo corrió por mis brazos, que no eran míos. Las piernas se me adormecieron y tampoco eran mías. El pecho recibía más heridas, una y otra vez, no era mío, al igual que la mano que usé, me obedecía sin ser mía, lo alejé de un empujón.   Le di la espalda, aunque no era mía. Volvió a atacar. Me acuchillaba los omoplatos, las vértebras y todo lo que lograba alcanzar.   No sentí dolor. Lo golpeé bruscamente. Cayó al suelo. Vio que no había sangrado. Vio que las heridas se me hacían insignificantes, lo supe siempre. Con un cerebro que no era mío. Con una concien

El último viaje

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(Parte final) El amanecer los tomó preparando la hoguera. Seis meses después habían logrado capturarlos, a todos. Los colocaron en celdas separadas, distantes e inconexas. Si se hubiesen visto antes de ser atrapados la historia hubiese terminado de forma diferente. Everina tenía el corazón roto, los pedazos se le hicieron trozos y los trozos migajas, y los latidos de aquellas pequeñas fracciones de corazón habían perdido las ganas de vivir. Angustia estaba traumatizada por sus actos, por su violencia, por su crimen. De ninguna forma podía conciliarse con la paz, por eso se entregó voluntaria mente, sus manos estaban manchadas y ella no podía vivir con eso. Samuel se golpeaba la cabeza y repetía una y otra vez: <<la historia no debía terminar así, lo sé, viajero del tiempo soy y el tiempo al que engaño me ha engañado para que aprenda cómo y cuándo morir>>. Poco antes de las 12 sonaron las campanas, era aquella la llamada para que la gente del pueblo se reunier

Huida

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(Parte 4) La gente del pueblo estaba desesperada, seguían desapareciendo personas, personas cuyo fin era determinar el paradero del exiliado Samuel. Angustia tampoco salía de su desespero, estaba segura de que la foto que había encontrado Everina mientras recogían las herramientas antes de irse, era la foto de la que Román le había hablado, por eso no se había ido de la casa, Everina estaba esperando por su amor. Angustia estaba angustiada por la inseguridad, si aquella no era la foto, lo más prudente era abandonar el lugar lo antes posible. A escondidas de su hermana tomó la cámara instantánea junto con la foto y la llevó con ella para mostrársela a Román. La pasó a escondidas por todo el mercado hasta que vio a Román, con mucho secreto y misterio se encerraron. << ¡Guarda eso! ¿Quieres que nos maten? Muéstrame la foto.>> Angustia buscó la foto entre sus ropas, pero no la encontró. Era momento de regresar a la casa, se hablaba en las esquinas de un instrumento c