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Mostrando las entradas de julio, 2017

La toalla

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Hay toallas llenas de baba de bebé. Toallas mojadas, secas, manchadas, blancas, de colores. Hay toallas sucias en los hoteles, llenas de sangre, de ira y golpes. Toallas para la menstruación. Hay toallas manchadas con semen. Hijos que no nacen y la gente que se muere. Toallas para el sudor, para el espanto, para los ricos, para los pobres. Hay toallas para que los boxeadores se limpien la cara o la tiren a la lona. Toallas criminales. Para matar, para secarlos, para hacerles un nudo, tal vez para evitarlo. Hay toallas para la playa, para tumbarse en la arena. Toallas astutas, más inteligentes que cualquiera. Hay toallas ásperas, rectangulares y estampadas. Con violencia, con sombras, con amores… Toallas siniestras, toallas cansadas, para secarse los pies, las manos y la cara. Hay toallas para todo, para los hijos, para las madres, para los abortos, para las comadronas, para los ladrones, para las señoras, para los limpios, para los sucios, para los

Cuatro locos y un sartén

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Sentados, los cuatro, observando hacia el frente, con la mirada perdida o quizás sumergida en una ironía, no decían nada. El miedo, los locos no tienen miedo, el miedo es para los cuerdos, para aquel que tiene que reprimir algo, es para aquellos que tienen que morderse la lengua hasta sangrar, mientras le rascan los pies que apestan con una pluma de cisne. Con la movilidad presente, sin amarras para atarlos, discutían sin hablarse. 1: Los elefantes, siii grandes elefantes, hicieron un nido en la azotea. Siempre tan tontos, lo más correcto sería hacer sus nidos en los árboles, si en los árboles, siiii como lo hacen los elefantes burgueses, que con sus trompas se comen la fruta y cuando nacen los polluelos elefantitos con sus trompas laaargas y grises, aplastan el árbol.  La migración, se han quedado sin hábitat los elefantes, por eso ahora vuelan hasta las azoteas. 2: Los huevos de rinoceronte son mejores, los cuelgan de las telas de araña y las arañas no se los comen, po

La escoba de una ama de casa

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En la Casa de las escobas, Luna siempre se pasaba jugueteando con su hermana, barriéndole los pies para que no se casara. No te vas a casar, le decía una y otra vez sin saber que Rogelia nunca iba a necesitar de un hombre que la sacara adelante. Luna se sintió muy mal el día de su boda, se sentía culpable por haberle barrido los pies a su hermana y por haberse casado antes que ella. Rogelia le decía que no se preocupara que la culpa no era de ella, sin embargo, Luna se enfadó cuando recibió el humilde regalo de Rogelia. Fue tan mal agradecida que Rogelia tomó la escoba que le había regalado y la llevó a su tienda. La Casa de las escobas, fue el negocio familiar, tenía en su destino ser heredado al miembro de la familia que no se casara.  Luna se fue lejos con su esposo luego de la muerte de sus padres y Rogelia se quedó a cargo de la tienda. Con el pasar de los años Rogelia se convirtió en doña Rogelia, una señora encantadora que vendía las mejores escobas que las personas pudiese

Reverenciando a las ovejas

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Llegado el amanecer los comandantes observaban, vanagloriaban y reverenciaban lo logrado. Nada hubiese sido posible sin la invención y el riesgo que enfrentó Ambrosio. Si bien es cierto que pocos sabían de su trabajo en las granjas, de alguna forma el gobernador de la provincia se enteró y pensó que un experto en animales de granja era la persona más indicada para mantener cautivos a los delincuentes. Sin lugar a dudas la provincia estaba destinada al fracaso.  Cada día la criminalidad aumentaba, tanto así que llegó el momento en que hubo más delincuentes que civiles. Fue por eso que los comandantes de guerra hicieron lo necesario para lograr encarcelar toda la provincia, todos juntos, buenos y malos.  A la larga la decisión tomada agravó el problema, siendo la maldad una enfermedad de contagio rápido, toda la provincia se infectó del mal, o de injusticia.  La provincia entera terminó rodeada de cercas, para que nadie escapara. La angustia invadió al gobernador cuando la provincia

Los ciegos

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Conocí a Germán cuando entramos juntos al primer grado, una amistad profunda, pero muy sencilla. Lo más peculiar que tenía Germán, era su familia. Era numerosa en exceso, y él era la esperanza de acabar con el mal que los asediaba a todos. La primera vez que visité su casa me sorprendió ver que ninguno veía, no es mentira, todos andaban espantando fantasmas con sus manos, divisando los muebles, evitando golpes. Según el doctor que recibió a Germán durante el alumbramiento, toda la familia era paciente de una condición de ceguera hereditaria, que se traduce en que nada está fuera de lo normal al momento del nacimiento, pero luego resulta que están ciegos.  Es por eso que los padres de Germán se preocuparon tanto cuando el doctor les dijo que su hijo se veía tan normal como todos los demás de la familia. Los primeros años de vida de mi amigo fueron algo difíciles, sus padres no tenían idea o no podían ver que Germán veía, lo criaron como a un invidente.  Le enseñaron a distinguir po

La irresponsabilidad de la vacas

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                                        Mi historia, amigos míos, es una de esas que hay que escuchar hasta al final. Sé que, si no terminan lo que han empezado, los veré hablando mal de mí en cualquier esquina.  Nací como nace mucha gente en el mundo, inesperadamente.  Mi madre era una niña cuando me tuvo, se casó con mi padre por insistencias de mi abuelo, que le decía que debía casarse con un hombre de bienes y así lo hizo. Mi madre, en su inocencia, se casó con un hombre que tenía todos los bienes juntos: era bien alcohólico, bien mujeriego, bien ambicioso, bien abusivo, bien patriarcal, bien arcaico y bien católico; en otras palabras, un combo completo 15 años mayor. Por suerte entre todos los bienes de mi padre, mi madre, encontró el preciado bien de la riqueza. Mi padre era dueño de unos terrenos que tenían su límite en la cerca que los dividía de la vaquería de don Juan. Allí fui criada yo, no en el campo, en la vaquería. Fue así porque mi madre, algunas veces, tenía q

Un hombre muerto bajo mi cama

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                                      Mi novia me levantó del suelo aquella mañana, había ido a visitarme porque quería darme una sorpresa, como la que se llevó ella al encontrarme tirado en el piso a las seis de la madrugada. Olvidó todo para preguntarme que me había pasado. La verdad era que no tenía idea, nunca he sido sonámbulo, no recuerdo haberme despertado, ni haber caminado. El punto es que de alguna forma desperté en la sala sin ninguna evidencia de golpes, así que bajé las escaleras con un alto porcentaje de éxito. Al igual que las veces anteriores, no recordaba nada, absolutamente nada. Lo que llevó a que Irene se ofreciera a quedarse conmigo toda la semana. De inmediato dije que sí, sabiendo los beneficios que eso me traería. Buscó sus cosas y esa misma noche se instaló. Me preguntó si podía usar el armario que estaba al lado de la sala, mantuve la calma y le dije que no. Vacié el que estaba en mi cuarto y allí fue donde acomodó sus cosas. Las primeras noches no hu

Visita sorpresa

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Les invito a ser parte del nuevo ciclo que comienza Cuentos Dormidoz...