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Mostrando las entradas de marzo, 2018

Angustia

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(Parte 3)           Angustia, la hermana de Everina, llegó a la casa arrastrada por los rumores de que un hombre estaba viviendo con su hermana. Para desgracia de su nombre, llegó demasiado tarde. Samuel se había marchado hacía varias semanas. Cuando llegó a la casa casi no la reconoció, la madera estaba triste, opaca, envejecida como por un abandono. Everina había cesado de llorar, pero en el suelo había un agujero húmedo que Angustia reconoció. Everina solía llorar mucho cuando era niña y sus lágrimas acumulaban tantos sentimientos, que cuando caían al suelo, comenzaban a agujerarlo. Angustia cortó un pequeño corazón de tela, y como siempre, lo pegó para cubrir la huella del llanto. Everina y Angustia se encontraron en el corredor, se dieron un fuerte abrazo y se compartieron las historias, Angustia prometió no dejar sola a su hermana y recordaría su promesa con pesar, el día que fue sentenciada. La casa detuvo su deterioro, pero no mejoró. Llegada la cuarta semana A

Samuel

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(Parte 2)      Samuel fue exiliado a una pequeña isla por haber matado a uno de sus compañeros de batalla.   Al llegar trajo consigo una serie de artilugios que tuvo que esconder de inmediato, eran ajenos al momento.   El lugar al que había llegado era uno lleno de supersticiones y cada vez que algún milagro salía a la luz, era atribuido a la magia, y la magia era condenada con la muerte.   Apartado de lo que conocía y enfrentándose a lo desconocido, Samuel hizo lo posible por pasar desapercibido. Salía en muy pocas ocasiones, tan pocas que las personas no conocieron su nombre hasta el día de su sentencia de ejecución. Cada vez que salía había alguien que le preguntaba si era nuevo en la región. Samuel pasaba los días encerrado en un pequeño cuartucho que él mismo había construido en las afueras. Casi siempre llegaba la noche y él se quedaba dormido sobre uno de sus libros. Al cabo de un tiempo un grupo de soldados, enviados del rey, llegaron en su búsqueda. Cuando se enteró c

Everina conoce el amor

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(Parte 1) Las dos chicas vivían en una casa de madera, semipodrida, cayéndose a pedazos desde el balcón hasta las habitaciones.   Everina acostumbraba andar por la casa con su traje blanco de encajes. Sin importar nada el traje siempre estaba impecable, arreglado como cuando se espera por alguien.   Con una cinta hecha lazo, Everina recogía sus risos y se los trepaba altos en la cabeza.   La hermana de Everina, Angustia, se pasaba la vida cocinando en una flama que ardía constantemente sin combustible. Angustia tenía que avisar siempre la hora de cenar, de lo contrario, Everina no se aparecía. La mayor parte del tiempo se lo pasaba caminando y hablando con las plantas del jardín. En algunas ocasiones, cuando Everina estaba de espalda, desde las plantas se extendía una mano verde y un rostro verde la observaba, como planta carnívora entre las hojas.   Solo era necesario que Everina moviera sus manos para que la mano verde se congelase, haciéndose aún más verde. Poco a poco la mano

El monstruo, la sangre y la nieve

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          Me gusta la inestabilidad, sentir que las carnes se mueven desde las sombras de los adentros. Sentir como un lápiz afilado me corta la piel a punzadas; más sombras. Luego de la devastación el niño corrió asustado. Huía del frío, dejando a su paso por la nieve un rastro de sangre roja, grisácea, delatora. No huía del invierno y mucho menos del frío. Huía del tibio resoplido que le despeinaba el cabello, cerca de los oídos. Era un suspiro feroz que no lo dejaba dormir.           Vencidos los monstruos de la noche, era momento de asustarse con los monstruos que no le temen a la luz encendida. El miedo que hace correr al niño también lo paraliza, es el engranaje desgrasado que le impide moverse. Es por eso que nadie le cree, no saben si corre o está quieto, si se mueve o es pura inercia. Yo le creo, le creo que se mueve estando quieto, incluso creo que está más lejos que nosotros, es la hora, es inmenso. Solo tuve una oportunidad de estar con él.   Las gentes decían que est

A la derecha cúbica del Padre

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Nací con el instinto y la razón a flor de piel. Es así como he podido funcionar y llenar los huecos que se quedan vacíos en nuestra precaria existencia. Mi madre siempre me dice: <<Fernando, tienes que creer en algo para que no te quedes solo después de la muerte, si no crees en Dios, no te salvarás.>> Ni, aunque crea, porque de hacerlo creería en uno más justo, menos frágil, en uno cuyo límite no fuese el entendimiento humano, un dios para todos por igual. De todas formas, a fines de la religión, estoy condenado al caldero más grande del infierno.   Además, no es que me quiera morir, pero siempre he tenido curiosidad por saber qué es lo que va a pasar en el fin, en lo que creemos que es el fin y a la vez un nuevo comienzo. Mi padre dice que no soy muy apegado a la vida, que no tengo miedo de morirme. Su razonamiento lo basa en mi gusto por los deportes extremos. Admito que me encanta sentir que la adrenalina corre por mis venas, mientras el aire me despeina en una