Ventana de papel


1
Estiró su torso como ejercicio de costumbre, estiró sus manos para que no se le enredaran con la torpeza de su lengua. Comienza. Estaba pensado en sí mismo, a la vez que pensaba en los otros, sus manos se volvieron nudo, al igual que el trago estancado en la garganta. Comienza otra vez. Sus brazos se estiran en un esfuerzo de abrazar lo imposible. ¡Qué tontería! Lo imposible no existe, esa es la verdadera razón del abrazo vacío.  Comienza de nuevo. Estira sus brazos, esta vez para abrazarse a sí mismo, en el abrazo, lo abraza todo, lo asfixia, lo deja desnudo, desamparado. Comienza, otra vez. Estira sus manos, perturbadas y torpes, con los dedos entumidos de tanta lucha, se pregunta si está vivo, pero la respuesta cuesta más que la bala que lo mata. Comienza una vez más. Estira sus brazos para permitir que todo entre, para llenarse de ventanas, una roca remonta el vuelo y destruye su corazón roto. Detuvo todo en la ira: “¡Quien rompió el vidrio!”- Preguntó. Le dije en voz baja: lo hice yo. Comienza…. Estira sus brazos para liberar la inspiración, secuestrado, se percata de que afuera, en la distancia, en la distancia dentro de nuestras distancias, en lo íntimo, en la penuria de nuestros secretos, solo hay ventanas de papel. Comienza una última vez.
Tiene las manos secas.

2
Está tras la ventana, pero también fuera. Uno tiene hojas verdes, las otras hojas son negras, de hecho, es completamente negro y también verde. No hay mentira si se dice que puede ser azul, rojo, morado o cubierto de copos de nieve hechos de azúcar morena.  Entonces resulta que no solo hay dos, hay millones y se exponen en el siguiente orden: el árbol verde fuera de la ventana, el árbol negro detrás de la ventana, una inmensa variedad de árboles de distintas especies, formas y colores, todos en las pupilas de quienes imaginan el árbol negro.
3
Tomé una hoja de papel y comencé a jugar con ella. Le daba vuelta y acariciaba sus bordes como si me fuese a suicidar con uno de los lados. Hay muchas formas de morir y esa me parece irreal, pero elegante. Creo que merezco una muerte elegante, eso sí, efímera como todas. Todo es cuestión de apreciar los momentos, la muerte es misteriosa, lo misterioso o es razón para temer o es razón para amar.  Me inclino más por lo segundo, hay que vivir el misterio, no hay necesidad de adelantarlo, pero igual, desde que nacemos estamos esperando que suceda lo inevitable. Estuve pensando en algunas personas que han vivido ese momento, todos se han quedado muy callados. Cuando alguien se muere se lleva muchas cosas consigo, lo supe bien o caí en cuenta, el día que entendí que no estaba allí. Todos lloraron por eso, lo comprendo. Pero ya es suficiente, observa, dejó mucho más de lo que se llevó.  Cuando terminé de escribir busqué una tijera e hice franjas a lo largo del papel. Parecía una de esas ventanas que se cierran con el pequeño manubrio que tiene en la esquina. La puse ante mis ojos y miré a través de las cortaduras y las letras. Lo vi todo diferente, pero nada nuevo, o tal vez sí.
4
El hombre cae del edificio. Resultado: muere.
La mujer es atropellada. Resultado: muere
El niño es maltratado. Resultado: muere.
El homosexual golpeado. Resultado: muere.
El lector. Resultado: muere.
El que no hace nada. Resultado: muere.
El que lo hace todo. Resultado: muere.
El escritor. Resultado: muere.
El capitalista. Resultado: muere.
El rico. Resultado: muere.
El pobre. Resultado: muere.
El creyente. Resultado: muere.
El pagano. Resultado: muere.
El racista.  Resultado: muere.
3,899,0786,587. Resultado: muere.

Cuando terminé de probar la confiabilidad de la máquina perfecta, entré en un dilema. Me puse sentimental y en escapé me volví filosófico: “todos mueren, pero no todos vivieron, lo importante es el tiempo vivido…” ¡Patrañas! Entonces se me ocurrió hacer una última prueba. Coloqué mi nombre en la máquina. Está empezó a procesar, una y otra vez, una y otra vez, hasta el cansancio. Luego de largas horas la máquina arrojó un resultado. En una pequeña tarjeta rectangular escribió: “los cálculos indican que estamos escritos, la persona que nos escribió morirá, nosotros vinculados a su existencia, a la existencia y a la no existencia, no moriremos, y eso, que estamos a un punto de explotar. ¡Bum!

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