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Turbulencia

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Era costumbre, las tardes lluviosas ponían a gritar al televisor.   La imagen no se veía a cuadros, se veía como si la misma lluvia se hubiese metido en la tele.   Justo en ese momento   Ignacio Pérturbo llegaba a su casa y le decía a su hija que apagara el televisor.   La niña   lo hacía y se iba a   su cuarto a   meter bajo la cama las piezas de aquel juego al que era condenada por su inocencia. Horas más tarde la programación era la de muchas otras veces. Una película de horror, que entre sollozos de dolor, se reproducía, en cámara lenta, en la pantalla negra del televisor. Luego de la escabrosa escena Ignacio Pérturbo se levantaba   para cambiar de canal, una gran cantidad de veces cayó al suelo al enredarse en sus propios pantalones. Mientras tanto, la lluvia del televisor caía de golpe en las mejillas sobre mojadas de la niña. Cruzando la pared, la vecina, jugaba a meterse la lengua en sus propios oídos. Así decía a todos, que en la casa, hoy escena del crimen, no suce

Nubes movedizas

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Una llamada hizo sonar mi celular, era la policía   para informarme sobre el asesinato del padre al que no veía hace 20 años.   Me dijeron que   había sido apuñalado. Agregaron que la muerte se debió a que el o los asesinos lo envenenaron. Presuntamente, según los testimonios de las vecinas,  una persona joven salió de la casa la noche de los hechos. U na declaración  anónim a , indic ó que la persona que salió de la casa tenía entre unos 20 a 25 años. Estoy segura que ese "testimonio esclarecedor" salió de entre los escasos dientes  de doña Eri, biógrafa de cada chisme que nace y muere en la cuadra.   Debía ir lo antes posible a identificar el cadáver. Le dije al agente González que estaba en un viaje de negocios y que me tomaría al menos una semana  llegar a la isla.    Pedí, que de ser posible,   hicieran una investigación minuciosa y que de tener cualquier detalle me lo informaran lo antes posible . Esto con el fin de evitar los rumores que son agua pa

Mediados de vuelo

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La policía había llegado al lugar de los hechos, una casa vulgar que se hacía a la sombra detrás de la plaza del mercado.   Allí donde se dice   que viven las madres solteras, el mal parido que las preña siempre desaparece antes de los nueve meses. Pero la casa acordonada como la escena del crimen era de un tal Ignacio Pérturbo.   Las vecinas decían que el señor vivía solo, la mayoría coinc i dían en   que él tenía una hija, aunque no la veían desde el día en que murió la madre. Los agentes no pudieron recuperar mucho. Un cuchillo,   utilizado para apuñalar al señor   y u n tablero de ajedrez con todas las fichas caídas, excepto la reina. Bajo su corona había una nota que decía: “jaque mate " . E sas eran las únicas pistas.