La Oficina
La cita es donde
siempre, solo estoy comenzado a sentir
cosas que no había sentido antes. En el
primer piso, cerca de los elevadores. Un
frío mayor a lo usual, en mi estado,
esto debe ser normal. Cuando se levantó Mari Carmen movió la silla y ahora
estoy medio torcido, bastante incómodo.
-Hijo permíteme acomodarte, te va a causar dolor esa
postura. Si crees en mi te curaras de
todos tus males. Yo tengo el poder y la vida, quien cree en mi vive por
siempre.
Dolor, él no sabe lo que es el dolor. Pero él es el
indicado, solo él puede entender mi silencio y llevarme al reino de los cielos.
Si pudiese hablarte. Con tu Santo poder puedes oír mis plegarias.
-Hazte un lado. A ver… ¿Qué hora tiene tu reloj?
Respóndeme. Lo miraré yo misma. ¡Ayyy! Las menos cuarto, otro reloj que se me daña. Tendré que ir al mercado Chino a conseguir otro,
quizás uno barato si funcione.
Me pesa mucho la
muñeca, también siento unos golpecitos. Son constantes, así debe ser como todo
empieza. Jesús ha dejado de hablarme. Debe ser por mi falta de fe.
-Yo a usted la conozco.
-¿Enserio?
-Claro, te veo todos los días.
-La verdad, a mí no me pareces conocida. ¿Has venido
antes aquí?
-Todo el tiempo, la semana pasada tuve que venir.
- ¿Nunca has ido a la otra oficina?
-¿Hay otra oficina?
-Sí, está al otro lado de la cuidad. Le puedes preguntar
a ese hombre. Siempre que voy allá él está.
-Disculpe señora, pero está sentada encima de mi mano.
-Perdóneme caballero.
Las que uno tiene que pasar. La vergüenza que me está
dando. Si pudiera correr lo haría, ya
mismo toda esta gente va a empezar a moverse por mi mal olor.
-Perdonen. ¿Alguno de ustedes me puede decir dónde está
mi mano?
-¿Estas vacilando?
-La tienes ahí como todo el mundo.
-Disculpen damas, es que no la siento.
-¡Ay! Llama a un doctor que a este le va a dar un
infarto.
No dejan a uno descansar en paz, pensaba que esto era más
fácil. De pequeño mi mamá me dijo que se apagaban las luces y el alma se iba
con el Señor. Al menos ya sé que voy para el cielo y estaré con Jesús. Pero que
histeria, que alboroto.
-Tranquila señora, tranquila. No me va a dar un
infarto. Ya encontré mi mano.
-Que susto muchacho.
- Esto siempre me sucede con las manos. A cada rato desconozco su paradero.
- Buenas tardes.
-Buenas tardes.
Una muchacha linda, al fin empiezan a aparecer los
ángeles. ¡Ay! Las lágrimas se me están
rodando por las mejillas. Antes no ardía.
Este asunto me está costando. Se sentó al lado del muchacho, yo que
fuera.
-Yo soy el todo, y
en mi nombre todo es posible. Padre te suplico nos ayudes.
-Disculpa, tienes tu mano en mi muslo.
-¿De verdad? Lo siento, lo siento. No puedo quitarla,
pero si quieres empújala.
-No.
-Señor acepto tu voluntad. Hermanos, amigos. Mi padre me
ha hablado y quiere que nos amemos los unos a los otros. No le hagamos mal a
nadie.
¿Cómo puedo yo hacerle mal a alguien? No puedo hacer nada
es este estado, solo apestar. ¡Jesús por favor escucha mis suplicas!
-Me voy para la otra oficina porque esta está muy llena.
-A usted lo conozco.
-Lo sé. Soy Jesús, el mundo entero me conoce.
Somos muchos los que estamos pasando por lo mismo. Juraba
y perjuraba que esto era sencillo. Que de repente todo se acababa. Pero no solo
es tedioso, sino que hay que compartirlo con otras personas. Jesús nos tiene
que escuchar a todos, esto nunca se va a acabar. Y yo, estoy llorando de nuevo.
-¿Cuál es tu historia?
- Pues chica, no siento las manos, en ocasiones se me pierden.
-Pero que cosa más absurda.
- ¿Tú por qué estás aquí?
-Acompaño a mi mamá.
- ¿Quién es ella?
-La señora que se fue para la otra oficina.
-¿Y qué haces aquí?
-Evidentemente charlando con un chico guapo.
-¡Ay que mierda! Cruzo la cuidad y esta oficina está
igual de llena.
-Si esa es mi madre, paramnesia reproductiva. Fue una
empresaria, de hecho es la dueña de la
economía del país. Unos años atrás hizo
un viaje de empresa, uno humanitario. Entregó todo a los demás, su dinero su ropa y hasta sus
joyas. Su alma de empresaria fue clausurada, los accionistas le quitaron todo
el poder. Ahora piensa que todos los lugares existen en todas partes. Consecuencia de una trama
que tuvo al darse cuenta de que explotó a medio mundo para lograr su cometido;
eso dijo el doctor.
-Mi padre era político y por eso no siento las manos.
Terapia
de grupo
El doctor Hernández por fin hizo acto de presencia.
Ahora a escuchar más mierda. ¿Cómo
estamos? Pregunta estúpida, si está viendo mi situación. ¿Cómo nos sentimos?
Hediondos. ¿Dónde vivimos? En un mundo que se va a la mierda con todos nosotros. ¡Vamos muy
bien! Maldito positivismo.
-Ella es Clara. Sufre del síndrome Frégoli. ¿Clara
quieres contarnos tu historia?
-Hola, mi nombre es Clara. En mi primera vida fui
cobradora de impuestos. En la segunda, acreedora. En esta, agente de emigración. Mis tres interesantes vidas, junto con el
karma, me enseñaron que solo existe una sola persona en el mundo. Esa persona
me persigue, a todas partes. ¡Aquí está! Debo disimular. Me está viendo.
Clara va a dormir en 5,4,3,2,1….inyectada. Siguiente.
-Disculpen a Clara, su tratamiento… es complicado. Es el turno de la Sra. Ellis.
-No, no. A mi mamá le dan dos pastillas que la tiren a la
cama. Estoy harta de que crea que esa
malita tienda está en todos lados.
-Entonces, es su turno.
-Mi nombre es
Kimberly, soy ninfómana. Quiero salvajadas con el que no siente las manos, si
no hay inconvenientes.
-¡Ninguno! ¡Solo las manos!
-¿No estás olvidando algo Kimberly?
-Nada relevante.
-Entonces es el turno de Edward Rolk.
- Hola soy Edward pero me gusta que me digan Edie… soy
fanático de los viajes. He estado en todas partes del mundo. Obviamente
llevando la palabra de Dios. Mi jet privado ha aterrizado en todos los
aeropuertos del mundo. La última vez, la feligresía me apoyó para hacer un
viaje a Jerusalén, desde ese día soy otro. La verdad no sé por qué estoy aquí.
-Sigue medicándote, iremos avanzando.
El
diagnóstico
-Aquí tenemos a este señor. No sabemos su nombre, tiene
unos 45, bastante alto y poco aseado, no sabemos gran cosa de él. Lo
encontramos en la calle, en el día más desquiciado del año. Salió de su casa
con su esposa y sus dos hijas. Tuvieron que irse porque emigración tocó la
puerta de su casa. A eso de las y tanto
de la tarde, se topó con los reporteros que cubrían el arresto de la familia
del gobernador, culpables y no culpables; todos juntos en espera del juicio.
Todo el país lo vio mientras huía. El
hambre dominó a sus dos hijas. Entraron a una tienda de comida rápida, el
dinero estaba justo para comprar aquella basura. Como le faltaron algunas
monedas, la dueña dijo que le quitaran el juguete a una de las comidas de las
pequeñas. Con dos niña y una de ellas
llorando, esposa y esposo se fueron por el callejón. Allí, un hombre con las
manos en la cabeza y con labial en bragueta abierta. Al otro lado del callejón,
un hombre vociferando que Dios está vivo, que viene a ayudarnos, que debemos
estar listos para el juicio final.
Todos se unieron, se fueron acercado, me fueron
agobiando, me fui quedando en la sombra. Ruido por todas partes, imágenes que
no son lo que esperaba. Entonces me di cuenta de que había muerto, comencé a
expedir mal olor, pero todo estuvo en
calma. Hasta que el bullicio volvió. Volví a escuchar los problemas, a sentir
angustia, a sentirme perseguido, reprimido, olvidadizo. No tengo el síndrome
Cotard, aun puedo sentir asfalto en mi espalda. ¡Mierda, sigo vivo! Aunque
francamente, no estoy seguro.
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