Estanque negro
Llueve en la ducha,
he abierto el grifo y el agua ya está templada. Me coloco frente al espejo
mientras la bañera se llena. Aún tengo manchas en la cara y eso que han pasado
varios años desde mi último acné, cuanto extraño esos rostros. Me voy
desnudando, el reflejo de mis brazos
desnudos me sorprende. El sol me ha quemado tanto que me ha dejado el brazo en
tonalidades. Debería ir a la playa sin camisa, ni muerto. Es suficiente con mi capacidad de señalarme
mis defectos, no son necesarias las mofas ajenas. Aunque no importa donde esté,
siempre lo hacen. Totalmente desnudo soy un cuadro cubista, cada trazo de ángulos
me constituye disparejo.
Dejando los pudores
fuera, sumerjo los pies en el agua, falta bastante para que se llene por
completo la bañera. Sin embargo, al recostarme en la tina, mi masa hace subir el
nivel del agua, “eureka” estoy gordo. Me quedo mirando al techo, es tan blanco.
Siento que el agua me cubre poco a poco, veo sus intenciones de ahogarme sin
que me dé cuenta. Cierro los ojos y el sonido del agua me lleva a los lugares a
los que no he ido, me falta tanto por hacer. Algo hay dentro de mi cree que he
nacido para ser grande. Puedo cambiar, estoy seguro de que esta vez puedo hacer
las cosas de otra manera. Debo dejar de
lado los baños aromáticos, estar rodeado de jabones de lavanda, avena, rosas.
Estos aromas son lo único que me queda en la vida. No hay peor guerra que la se
pelea con uno mismo. Ser mi enemigo, eso es lo que soy.
El
agua sigue subiendo y las olas se estremecen hasta que el vértigo las hace
caer al suelo. Se enciende el radio para hacer la intensa situación más
relajante, las acusaciones pesan sobre la espalda, me empujan hasta el fondo.
En ocasiones, pensar en aquellos tiempos me exista, siempre me excito. ¡Cuantas pieles jóvenes no han pasado por aquí!
Mi mano ha acariciando lentamente los cuerpos enjabonados, eran como los hijos
que nunca tuve, pero con un amor diferente lleno de la lujuria más ilegal y
presuntuosa que pueda existir. Los cuidé a todos hasta que me dieron la
espalda, no necesitaba más. Eso me recuerda que agua no daña la pulsera
electrónica que visto en el tobillo. Tanto desvestir tenía que tener un precio.
El
agua me moja los labios, me trae tantos recuerdos de esos momentos en que me
aproveché de la adolescencia de otros. El reflejo de la luz en el agua me trae
a la memoria las charlas por internet. Pescar en ese rio de aguas obscuras es fácil,
las pirañas como yo no damos tregua. Lo mejor es que la presa no nos ve venir
hasta que es muy tarde. He pasado por tanto, ninguno se merecía lo que hice.
Volqué mis frustraciones y dolencia haciendo daño a otros, que no tenían culpa. Eran tan inocentes, eso me
digo ahora. Es la primera vez que me doy
asco, anteriormente lo mezclaba con morbosidad y me se sentía superior. Mi
necesidad era lo único que me importaba, que otros se asquearan de mi me hacía
llegar al máximo. No puedo remediar lo que hice, quizás porque en el fondo no quiero,
sigo siendo el mismo enfermo que se expresa como poeta para cazar. Es por eso
que observo la luz del techo a través del agua, como un túnel que me fuerza a ir
hacia él. Aun así, sacudo las manos para evitar que el agua entre en mis
pulmones, una fuerza me empuja a la terrible luz. Me lo merezco, lo sé,
quisiera quedarme bajo el agua hasta morir, pero lucho, por lo contrario, el
pez no quiere abandonar la obscuridad.
Cuando soltó las manos de su
cuello, lo sacó de la bañera para asegurarse de que ya no respiraba.
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