Hoy alguien muere




La cama se queda vacía, las sábanas estiradas sin miedo a arrugarse. Todo en la casa se queda inmóvil, la taza de café con una mancha de labio en el borde de su boca. La estufa con su flama apagada, con el calor convertido en gas, sin chispa, sin alma, como el viento que arrastra el polvo sobre las cosas que eran tan propias. El olor a viejo comienza a hacerse un hueco en los bolsillos de aquella camisa que se quedó sin guardar, en aquella ropa que se quedó en la percha junto con aquellos problemas tan enormes que no cabían en ninguna parte. Resulta que, cuando se nos va el aire, los problemas se asfixian, se vuelven nada, porque son parásitos, dependen de la importancia que les demos, de la energía que les impongamos, sin nosotros no son nada. La otra gente los olvida, porque nunca importaron, porque en nuestro egocentrismo nos sentíamos enormes y en un momento, el mundo desconoce que existías. ¡Ah! Ya en la empresa hay alguien que hace tu trabajo, que cobra tu sueldo, que vive creyéndose imprescindible o prescindible o un poco de las dos cosas, que no importa; los pensamientos también se fugan por la luz que se apaga en los ojos. Tantas influencias que entraron a nuestra sombra para ahora evaporarse con el calor. Esas mascotas que con tanto esfuerzo cuidamos porque nos daban su amor, que eran nuestros amigos inseparables, ya se recuestan en la falda de otro dueño. Y el jardín, tan florecido, ahora marchitándose sobre su propio peso. Esto es un breve momento.   Hoy alguien muere ¿y qué? No somos nosotros, que por ahora tenemos tiempo para hacerlo mejor.  

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