[ Si se dispersaran todos los
recuerdos que tenemos pegados con pequeñas gotas de imaginación, nos romperíamos
como un aguacero y jamás dejaríamos de llover.]
English Había una vez tres cerditos asustadizos. Siempre se pasaban temerosos de que el lobo que los rondaba se los comiera. Por eso decidieron construir las típicas tres casas. Uno la hizo de paja, el segundo de madera y el tercero de ladrillos. Como era de esperarse, cuando el lobo sopló, las primeras dos casas se vinieron abajo y los cerditos tuvieron que refugiarse en la casa de ladrillo. El lobo se cansó de soplar, y sin poder derrumbar la casa, se alejó. Pero como todos sabemos, aquel que se aleja, no está necesariamente ausente. El lobo era muy listo y sabía que el destino de los cerdos estaba sellado, no por ser tontos, sino por ser cerdos. Sabiendo esto el lobo se mantuvo rondando la casa de ladrillo, y agazapado en la espesura del bosque, aguardaba que los cerditos tuvieran que salir. Al poco tiempo el momento esperado llegó. Fue una tarde de luna llena. Los cerditos necesitaban que comer y buscaron algunos alimentos en los alrededores, cerca de la casa, sin ale...
Hace poco tuve que mudarme, ya no era necesario bajo aquel techo. Al irme, me llevé todo aquello que me pertenecía, las cosas que le regalé se quedaron todas allí. Entré a mi nuevo hogar, comencé a desempacar. Coloqué todo en su lugar. Colgué las camisas en el armario, los pantalones junto a estas, los zapatos cada par en la zapatera, los calcetines rojos… al calcetín rojo le faltaba su pareja. Busqué por todas partes durante horas. Cansado, me senté frente al armario sujetando el calcetín rojo, lo abracé y le dije: “sé por lo que estás pasando” y lloramos.
Estaba allí en medio de la plaza, aturdido. Quizás cansado de sentir las cosas que le pasaban. Desde ese lugar en el que estaba en pie, no podía ver lo que a su espalda sucedía. Moldeado a dintel humano, se cobijaba bajo un ala lluviosa que para sus mejillas eran lágrimas. Tanto sufrimiento, pues nadie se quedaba a acompañarle, nadie se arriesgaba a tocar su fría piel. No lo comprendía. Solo recordaba estar desde siempre en el mismo lugar, viendo lapsos de sol y lluvia; de vez en cuando algún arcoíris. Sin fuerzas para moverse, el hombre sentía sus pies atados locamente al concreto. Su alma en contraposto dejaba caer sus sueños hacia la nada. A sus espaldas un chico se sentaba; mas nunca lo veía. Su torso fijo miraba hacia un horizonte ciego, lo que no le permitía ver al joven, que lleno de emociones se sentaba tras él a perfumar ausencias. Aquel hombre tenía las fuerzas para move...
Y sería una lluvia mágica.
ResponderBorrarMuy bueno
Eso mismo creo yo, saludos desde las lloviznas....
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