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Microcuentos del campo taciturno

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La ciudad lejos del campo Nadie lo piensa. Allá, lejos del bullicio, de los revoltijos de gente, de la cultura rebozada en las salas de festivales, de las grandes murallas edificadas con luces, aún más allá; de donde nace la prisa, la riqueza, la tolerancia, las miles de cosas que hacen al mundo lo que aparenta ser. Allá, en los campos, también pasan cosas interesantes. Leche fresca Y pensaron sus amigos de la ciudad que en su granja aún se ordeñaban las vacas. Llegado el amanecer, se preparó un café con leche fresca, pasteurizada y con 2% de grasa. Día de fiesta La tensión se podía cortar con un cuchillo. Todos los animales en la granja estaban con los pelos o plumas de punta, excepto el perro, que, recostado en la alfombra, soñaba con saborear los huesos sobrantes de la fiesta. Canibalismo Tras un desayuno echado a perder, las gallinas comieron, los huevos que habían puesto el día antes. Alcancías llenas Los días coincidieron. El hijo del granjero qu

Hábito de seda roja / Red silk habit

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English Cuando cumplí los 15 años Sor Inés llegó a la parroquia. Era una joven humilde, muy linda, de veinte y tantos años, una monja nueva en edición deluxe, una Eva en potencia. Según dijo mi madre en casa, había sido trasladada a nuestra parroquia por órdenes directas del obispo. Domingo tras domingo se sentaba en la esquina del banco, lo que me colocaba muy cerca de su gracia divina, ya que mi madre se empeñaba en sentarse siempre en los primeros asientos para que mi padre no se durmiera.   Un domingo de cuaresma Sor Inés se acercó a hablar con mi madre, le comentó acerca de los cursos de monaguillos que ella iba a ofrecer entre la escasez de recursos. Acto seguido, me preguntó si quería ser miembro de los monaguillos. Le respondí que tenía que pensarlo, nunca fui devoto del todo. A llegar a casa mi madre comenzó a hablar como si ya hubiese aceptado, realmente le hacía ilusión que su hijo formara parte de un grupo religioso.   El domingo siguiente me acerqué a Sor Inés y

El vértigo del amor

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Libre como el viento, llegaste a mi sueño. Mis ojos cerrados, vueltos de revés, mirándome hacia adentro. Allí te vi, pero esta vez sin sonrisa, sin una mirada pura para darme, eras enfermedad, pero dulce. Me encanta. Sin pensarlo corrí a tus brazos, pero no hubo forma de sostenerme, tus amputadas extremidades no me recogieron, no me cargaron en un abrazo. Sin embargo, fue tan fabuloso como haberte abrazado. Corrupto, lleno de la incredulidad que producen los mal paridos sueños, quise cargarte. Mis brazos te sujetaron un momento, diminuto momento, mis brazos comenzaron a estirarse. Caminamos juntos hasta la cima, sin poder tomarnos de la mano, con mis brazos recostándose sobre el suelo y arrastrándose sobre la tierra, con el polvo metido entre las uñas. Estábamos allí, justo en el tope de nuestro sueño, un sueño que tardó tanto que cuando lo conocimos ya era todo dientes. Te mordió, lo recuerdo, por eso perdiste los brazos, un sueño rabioso te contagió de futuro y el espanto se me

Microcuentos del circo errante /

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English El truco del conejo Todos miraron con asombro la ilusión del conejo en el sombrero, excepto el conejo, que miró con susto, como el mago hacía aparecer gente. Dos mitades El mago dividía a su asistente en dos, cada noche, durante la función. Durante el día la recomponía, al fin y al cabo, era el amor de su vida el que se dividía cada noche. Contorsión Luego de su acto, la contorsionista se puso de pie. Ahí me di cuenta, mi vida aún tiene solución. Trifulca circense Se divorciaron, y para el espectáculo no hubo mago, ni asistente, ni acróbata. Tras la carpa, lloraba uno de los payasos. Beso manso El león le dio un beso a su domador, y él, perdió la cabeza. Circo de pulgas Las pulgas migraron al circo y dejaron de soñar con pasear en su propio perro. Política de circo El espectáculo era tan mediocre, que el circo parecía estar en todas partes. Buen mago Todos quedaron encantados con el mago, pero no captaron el truco.

Frank-enstein

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English Sentí la hoja del puñal llegar desde afuera, entonces me di cuenta. La hoja cortó mi piel y sentí el aire rozar la herida, el coagular de la sangre sobre el abismo, imaginé. El puñal salió limpio, como si no hubiese cortado nada, siempre lo supe.   No sentí el fluir de la sangre, ni los nervios escurridizos avisando al cerebro desesperados. Estaba tan tranquilo, que no tuvo otro remedio, volvió a apuñalarme. Un cosquilleo corrió por mis brazos, que no eran míos. Las piernas se me adormecieron y tampoco eran mías. El pecho recibía más heridas, una y otra vez, no era mío, al igual que la mano que usé, me obedecía sin ser mía, lo alejé de un empujón.   Le di la espalda, aunque no era mía. Volvió a atacar. Me acuchillaba los omoplatos, las vértebras y todo lo que lograba alcanzar.   No sentí dolor. Lo golpeé bruscamente. Cayó al suelo. Vio que no había sangrado. Vio que las heridas se me hacían insignificantes, lo supe siempre. Con un cerebro que no era mío. Con una concien