El vértigo del amor



Libre como el viento, llegaste a mi sueño. Mis ojos cerrados, vueltos de revés, mirándome hacia adentro. Allí te vi, pero esta vez sin sonrisa, sin una mirada pura para darme, eras enfermedad, pero dulce. Me encanta. Sin pensarlo corrí a tus brazos, pero no hubo forma de sostenerme, tus amputadas extremidades no me recogieron, no me cargaron en un abrazo. Sin embargo, fue tan fabuloso como haberte abrazado. Corrupto, lleno de la incredulidad que producen los mal paridos sueños, quise cargarte. Mis brazos te sujetaron un momento, diminuto momento, mis brazos comenzaron a estirarse. Caminamos juntos hasta la cima, sin poder tomarnos de la mano, con mis brazos recostándose sobre el suelo y arrastrándose sobre la tierra, con el polvo metido entre las uñas. Estábamos allí, justo en el tope de nuestro sueño, un sueño que tardó tanto que cuando lo conocimos ya era todo dientes. Te mordió, lo recuerdo, por eso perdiste los brazos, un sueño rabioso te contagió de futuro y el espanto se metió entre los poros, nos ahogó la piel en el placer de la asfixia. Enfermaste de la forma más hermosa, y yo contigo.  Mis brazos, cada vez más largos, tanto que ya no podía sentir mis dedos al final de la mano, ya no pude espantar el sueño, ese sueño que te mordió por venganza. Aquí, desde la parte más alta, vemos todo, los cuatro puntos cardinales y por la mirilla de un rifle nos miramos. Estando sobre la montaña, tus brazos florecen nuevamente desde tu torso, son ramas nuevas. Mis brazos regresan al tamaño perfecto de un abrazo. Vemos el vacío, lo vemos con perplejidad. De golpe, te abrazo y salto. Nos empujé al vacío. Desperté. Miré tu rostro y vi tus ojos caer tras las bambalinas de tus párpados, seguían cayendo, Aun no despiertas. No quise arruinar un despertar abrupto, así que lo esperé. Abriste los ojos, en plena caída, también despertaste. Nos miramos. Vimos en nuestros ojos el cielo del otro, no hablamos nada aquella noche, solo vimos las estrellas que se extendían hacia adentro en nuestros ojos. Mirar al cielo, y perder mi mirada en él, siempre me causa vértigo.

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