Desamor en París




La sentencia de divorcio era final y firme, pero eso no fue lo que les hizo daño. Dejaron de pelear luego de que el juez disolviera el asunto.  Las heridas frescas se curan con compresas de agua al tiempo. Las heridas profundas sanan con un par de puntadas de sueños de mariposa. Pero la herida causada esta vez llenó de sal la taza, de sangre el platillo y probablemente se quede abierta hasta que no haya sangre. Se sentaron para terminar la relación de la mejor manera posible. Pidieron dos cafés que no tardaron en llegar a la mesa que estaba frente a la cafetería parisina. Las manos bajo la mesa, y el azúcar caía a la taza: “sabes que te quise mucho, realmente te amé, son cosas que no se pueden evitar, quizás en otros tiempos, tuvimos momentos muy hermosos” … el azúcar se fue al fondo hasta que comenzaron a disolverlo. “¿Qué fue lo que nos pasó? ¿Hicimos algo mal? Ambos tuvimos nuestros defectos, pero no era para llegar a tanto. Los últimos meses fueron difíciles, pero tenía solución.”  El aroma a café se volvió intenso pero el sorbo se interrumpió para responder: “me alejé porque lo necesitaba, aunque tú no lo entiendas.” A los cafés le faltaba leche: “pero debiste decirme que te faltaba a ti, porqué te volviste tan frio de repente.” “Eso jamás, eso nos mataría.” El café bajó por la garganta, caliente, quemando el aire que se respiraba para convertirlos en dragones iracundos: “¿Entonces fue mi culpa? ¿Tuya?” La guerra se celebraba en tierra de nadie. ¿Debía decirle? La conversación no hizo más que agachar la cabeza y mover el café haciendo remolinos dentro de la taza. De repente la ira se colocó frente al corazón y en un instante el gatillo disparó: “Te lo voy a decir, ella solía amarrarse el cabello como tú, excepto cuando dormía. Tenía la mirada coqueta y juguetona que tienes. Ni hablar de la forma en que soñaba, de la forma en que compartíamos. La veía en ti, y eso es lo más que me duele. Sabía que algún día la fortaleza se degradaría en debilidad. Te amé como mejor supe, pero entiende, no eras ella.” La sentencia de divorcio era final y firme, hubiese sido mejor que todo terminase allí, con un corte directo y frio que sanaría en meses. Ahora, ni siquiera saben de qué herida es que les brota la sangre.

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