Everina conoce el amor

(Parte 1)

Las dos chicas vivían en una casa de madera, semipodrida, cayéndose a pedazos desde el balcón hasta las habitaciones.  Everina acostumbraba andar por la casa con su traje blanco de encajes. Sin importar nada el traje siempre estaba impecable, arreglado como cuando se espera por alguien.  Con una cinta hecha lazo, Everina recogía sus risos y se los trepaba altos en la cabeza.  La hermana de Everina, Angustia, se pasaba la vida cocinando en una flama que ardía constantemente sin combustible. Angustia tenía que avisar siempre la hora de cenar, de lo contrario, Everina no se aparecía. La mayor parte del tiempo se lo pasaba caminando y hablando con las plantas del jardín. En algunas ocasiones, cuando Everina estaba de espalda, desde las plantas se extendía una mano verde y un rostro verde la observaba, como planta carnívora entre las hojas.  Solo era necesario que Everina moviera sus manos para que la mano verde se congelase, haciéndose aún más verde. Poco a poco la mano se convertía en hoja y el rostro desaparecía convertido en flor. << ¿Ya pasó el efecto otra vez? >> Preguntó Angustia en una ocasión. <<Siempre pasa, ya lo sabes>> Contestó Everina.
Las dos hermanas llevaban años viviendo juntas, solo confiaban la una en la otra. Era por eso que habían decidido mudarse lejos, abandonar e irse donde nadie las encontrase. Para ese tiempo el jardín fue invadido por la maleza y la casa estaba deteriorándose desde adentro. Así fue desde que el corazón de Everina se rompió, todo en la casa palidecía, incluso Angustia, parecía doblarle la edad. Todo permanecía en un estado de deterioro que no llegaba a su fin, como la flama que se mantenía ardiendo, siempre en su lugar y sin quemar nada.
En el pueblo se hablaba de la desaparición de personas a causa de una bruja secuestradora. Aun así, nadie sospechaba de las dos hermanas enajenadas del mundo. La mañana en que Everina y Angustia fueron a la parte baja de la casa, pasaron el tiempo recordando y acariciando herramientas desordenadas.  En la pared de ladrillos estaban moldeadas las formas de las herramientas, todas tenían su lugar.  Everina, sumida en una confusa tristeza, con unas palabras hizo que las herramientas volvieran todas a su sitio.  Algunas se colocaron de inmediato, desde la casa volaron juegos de llaves, hojas para cortar y hasta de debajo de la cama salieron pequeñas piezas redondas con rosca que se acomodaron en su lugar. Solo una cosa estaba fuera de orden , un objeto que Everina no reconoció de inmediato y a Angustia la tomó por sorpresa.  Era un objeto confuso aquel que elevó Everina hasta sus manos.  Tenía un orificio horizontal como el horizonte de dos mundos, también tenía un cristal similar a los que llevaban los catalejos, pero lo más sorprendente era la luz brillante que emitía. La luz fue lo que iluminó el recuerdo de Everina <<es una cámara instantánea>> le dijo a Angustia. Le explicó su utilidad, le dijo lo que era la extraña luz, luz artificial para que las imágenes quedasen claras. Ambas fueron camino a la habitación, en el terreno quedaron marcadas unas huellas misteriosas, cautelosas. Pasaron por la cocina muy discretas, sin percatarse de que la flama se había apagado. Encerradas en la habitación, Angustia se percató de que lo que Everina tenía en las manos no pertenecía a ese momento, como muchas otras cosas que se sienten ajenas a su propia realidad. Everina utilizó sus poderes para que la cámara funcionase y así fue como salió impresa la última foto que la cámara había tomado.
Angustia se impresionó con el artefacto, pero en cuanto la foto tomó color su sorpresa se tragó a sí misma. Aquella era la imagen de un hombre que Angustia y Everina reconocieron de inmediato. Era el amor, de mil amores, el único que conquistó el corazón de Everina. Aquella bruja se metió todos sus secretos de golpe en el corazón.  Aunque todo le parecía comprensible, se le escapaba el entender la procedencia de la cámara, de aquella foto, de su recuerdo de haberla tomado.
Con las maletas casi en la puerta, decidieron quedarse, las dos hermanas desempacaron todo y lo devolvieron a su lugar.  Poco a poco y sin que nadie se diera cuenta, utilizaron la magia para reparar, cambiar y martillar cada tabla, la madera estaba tan deteriorada que hubo un momento en que la casa se suspendió en el aire por completo. Los rumores de brujería se esparcieron por el pueblo que tenía sed de fuego y sangre.  Angustia se angustiaba cada día más pensando que las iban a llevar a lo hoguera cuando las descubriesen. Asustada por todo, se hizo la enferma y evitó que Everina usara la magia para curarla, la obligó a faltar a misa y la hizo sentarse en el balcón para que nadie sospechara. Así lo hizo Everina. A eso del medio día pasó un hombre joven cargando una carreta llena de vegetales, él era exactamente como el hombre de la foto y la carreta que llevaba era idéntica en todo.  Era poco usual que pasara un carretero por allí. Everina sin dudarlo se puso en pie, súbitamente corrió hacia él. Angustia la vio correr y de inmediato reconoció al hombre que pasaba frente a la vereda del jardín.  Las flores notaron el despiste de Everina, y en su mayoría, recuperaron las manos y los rostros.  Pero un movimiento de muñeca, por parte de Everina que las vio de reojo, hizo que todas volvieran a su forma inmóvil y floreada.  El hombre no esperó que Everina saliera a su encuentro, con fuerza haló la carreta y se perdió en el camino. Everina regresó al balcón con lágrimas semi-dulces en las mejillas, pregunto a Angustia << ¿era él verdad?>>.  <<Él era>> respondió Angustia.

F. JaBieR

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