El monstruo, la sangre y la nieve
Me
gusta la inestabilidad, sentir que las carnes se mueven desde las sombras de
los adentros. Sentir como un lápiz afilado me corta la piel a punzadas; más
sombras. Luego de la devastación el niño corrió asustado. Huía del frío,
dejando a su paso por la nieve un rastro de sangre roja, grisácea, delatora. No
huía del invierno y mucho menos del frío. Huía del tibio resoplido que le
despeinaba el cabello, cerca de los oídos. Era un suspiro feroz que no lo
dejaba dormir.
Vencidos
los monstruos de la noche, era momento de asustarse con los monstruos que no le
temen a la luz encendida. El miedo que hace correr al niño también lo paraliza,
es el engranaje desgrasado que le impide moverse. Es por eso que nadie le cree,
no saben si corre o está quieto, si se mueve o es pura inercia. Yo le creo, le
creo que se mueve estando quieto, incluso creo que está más lejos que nosotros,
es la hora, es inmenso. Solo tuve una oportunidad de estar con él. Las gentes decían que estaba poseído, pero no
lo creía cierto.
Seguí
su rastro repartido en la nieve, rastro sofocado por el frío, rastro perdido
hacia la muerte. Al final de una brecha encontré al niño, escuchaba los pasos
que venían tras de mí, tras de él. El niño no parecía estar endemoniado, solo
aterrado. Moribundo. Su piel lánguida y fría estaba recostada sobre la nieve,
menos fría y menos lánguida. Lo tomé entre mis brazos, quería decirle algo que
le devolviera la vida, pero tenía un silencio cuajado en la boca de la
garganta. Abrió sus ojos suaves, descoloridos, aterradores, no sé si de miedo o
de pena. << ¿Sabes de que estamos huyendo? >> me dijo. Sin pensarlo
lo supe, igual que supe que estaba huyendo, que en mis ojos estaba acumulado el
mismo miedo descolorido, los fuertes pasos se sentían más cerca.
Cargué
al niño en mis hombros, con ganas de salvarlo, con ganas de salvarme, con ganas
de salvarnos, con ganas de respirar aire limpio, luchábamos por ello. Ambos lo
sentimos. Estaba cerca. Cada vez más. A solo pocos de sus gigantescos pasos. Los
años reprimiéndolo a fuerza no fueron suficientes. Corrí un poco más con el niño
a cuesta, al rato sentí el resoplido caliente. Nos detuvimos. Nos sentamos al
pie de una montaña, sobre un pequeño montículo de nieve. No hay nada que hacer
cuando el miedo es la única barrera capaz de mantener capturada a la bestia.
Acariciamos la nieve para sentir el frío en los dedos. Sentimos las fuertes
pisadas de la indomable bestia, la vimos asomarse, la vimos darse cuenta de
donde estábamos. La nieve que había sobre nosotros se desprendió brutalmente
como avalancha, también se acercaba. <<La bestia está por llegar>>
dijo el niño. Se acabó el miedo, se rompió
la barrera, nos vimos a los ojos por un instante. Reímos mientras la nieve caía
sobre nosotros y nos ahogaba. Ya es
libre, somos libres.
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