Señora ¡siéntese ya!




La vi cruzar con todo lo que llevaba encima y las otras tantas cosas que arrastraba.  A veces miramos tanto nuestras vidas que olvidamos ver las otras. No es así para mí, intento hacer el balance, pero en ocasiones las otras vidas me conmueven y me llevan arrastras, o me las llevo colgadas en la memoria. Por eso fue que la acompañé a su destino, que hice parecer era el mismo mío. Nos acomodamos en las incómodas sillas de la oficina de acueductos. Filas para pagar, filas para quejarse, filas para información, para darse de alta, para darse de baja y sobre todo para suplicar. Yo tomé un número que encontré en una silla cualquiera, ella tenía un número que coincidía con la fila de súplicas. Era una en una centena.
- ¿A qué viene?
 - A ver si me dejan pagar el mínimo, porque en casa debe haber un tubo roto o algo porque me están cobrando…mira…- me dijo mientras me enseñaba el recibo- $415. 56 y yo vivo sola con mi nieto.
- ¡Qué abuso! - dije imitando a otros que recordaba.
¿Cómo era posible gastar esa cantidad? Me preguntaba yo mientras ella le daba rienda suelta a la historia de su vida, de esos últimos años en que el recibo de agua había empezado a llegar cada vez más alto. Le presté atención y pude darme cuenta de que mi pensamiento inicial era un error. Cuando me dijo que vivía con su nieto, pensé que era un dulce niño que jugueteaba en calzoncillos por la casa. Tal vez algún día fue así, pero al presente tenía 25 años a cuestas junto con 3 años de probatoria. Había salido de la cárcel bajo probatoria porque había cometido un delito menor.
A mí en toda esa historia me parecía que había gato encerrado, pero no sabía que era una gata paría. El nieto tenía 2 hijos, que cuidaban sus suegros y no le permitían acercarse. Y esa doña allí esperando en la fila de las súplicas y despotricando contra los suegros del nieto, argumentando que no le dejaban ver a sus hijos y que ellos a su propia hija la habían tirado a la calle…. Supongo que hay tantas cosas más detrás de esa historia, que ella no sabe o sabe y no me las va a decir. Su nieto era lo más importante y ella intentaba rescatarlo del algún suburbio al que había llegado. Entonces le pregunté por sus padres, o sea uno de sus hijos. A ella la pregunta la atacó por sorpresa. No encontraba como decirme que ella había abandonado a su única hija cuando esta tenía apenas ocho años. La dejó con la tía y se fue para Estados Unidos. Ella dice que le mandaba chavos todos los meses y que la hija lo que hizo fue abrirle las patas a un muchacho que conoció en la escuela. A los 15 quedó embarazada, la doña repudió ese acto casi por instinto, desheredó a la hija, la desterró de su corazón. Luego apareció el nieto, justo cuando la doña se había retirado del trabajo, tal vez querría enmendar las cosas, sentía culpa, pero la esperanza de una vejez tranquila se había esfumado con el sueño roto de un nieto en pedazos.
Ella estaba allí, suplicándole al señor que la atendía el poder pagar solo $21 de su gigantesca factura de $415.56. A sus espaldas yo pensaba en todo lo que me había dicho, en los silencios que guardó. Había tantas cosas incompletas que tuve que recurrir a otra información para llenarla. Cuando íbamos de camino echó monedas en los vasos de al menos 4 vagabundos –los vicios son una jodienda- dijo con pena las 4 veces.  Las 4 veces argumenté – es peor para aquellos quienes no tienen quien vele por ellos y los cuide. Las 4 veces se guardó todo para ella.  Cuando nos sentamos en la oficina y me mostró el recibo, pude ver de reojo que en su cartera había más de los mismos, probablemente a su nombre y con otras fechas pasadas. Tal vez por eso se comió 18 bombones de menta mientras esperaba. Por otras razones estaba molesta con todo, criticaba al gobierno de turno en voz alta, denunciaba abusos de parte de la agencia y se desgarraba en llanto ante la impotencia de no poder hacer algo. La súplica le fue negada, $415.56 o le cortaban el agua.
Me quedé en aquella silla incómoda, con todos los sentimientos mezclados. Si les hablara de sus manos apretando los recibos o de sus piernas que se hinchaban a cada segundo que esperaba o de las manchas que el sol le había provocado o de su cartera llena de deudas y vacía de dinero o del sacrificio mismo, tal vez les desgarraría el corazón como a mí. Así es como un momento destrona a otro, la pena me carcome porque probablemente no tiene paz, no tiene dinero, no tendrá agua y muy poco que comer. La pobreza pesa mucho o lo suficiente para ahogarla, ella no se merecía eso o tal vez sí. Lo que hizo la llevó hasta allí, la llevó a no moverse, pero tampoco es su culpa. Pasa su vejez intentando infructuosamente recomponer lo que se ha quebrado desde adentro. La acompaño a la salida, aún con los sentimientos mezclados en una olla de sin sentidos. A estas alturas ya sé porque debe tanto de agua. Le pido ver el recibo una vez más, le hago creer que puedo ayudarla como ella quiere, pero no es así. Doblo el recibo y en medio le coloco una nota. Se despidió de mí, con el aprecio que se alcanza en una desesperanzada sala de espera. Cruza el semáforo y en su caminar veo todo lo que arrastra, las cadenas que la halan sin cesar, como si quisieran arrástrarla a la frialdad de la muerte. ¡Qué pesada es la carga que llevan algunos! – me digo mientras imagino la cara que pondrá cuando lea la nota: “no envíe a su nieto a pagar el agua”.




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