Arrodillado bajo el sol
¿Qué mundo hemos creado?
Son sus pies
descalzos capaces de resistir las brasas de ese infierno que imaginamos tan
caliente. El calor del asfalto al medio día lo había preparado para eso, no
solo a sus pies, a toda su piel que de por sí ya era negra. Si no fuese por el reflejo
de la luz del sol en los carros hubiese sido fácil distinguir si la pena que
llevaba metida entre los pliegues de la cara era provocada por la lluvia que lo
mantenía vivo por dentro. De no ser así,
debía ser el mismo reflejo de la luz de medio día, que lo hacía fruncir el ceño.
Se acercó a mi auto, así fue como pude verlo bien. Bajé el cristal para
depositar en su vaso unas monedas que estaban en un hueco de auto. Me percaté
de que le faltaban algunos dientes, su sonrisa se hundía entre sus labios, como
si por hambre se la comiera. Lo vi alejarse por el espejo retrovisor, metía sus pies un poco hacia adentro, pero cuando caminaba de prisa no se le notaba.
Moncho,
así dijo la señora que traía la ropa que se llamaba, mencionó el nombre el
mismo día que se quejaba por haberle dado unas chancletas. En principio no entendí de que se trataba la
pequeña trifulca que había formado. De todas formas, ella era como un ángel
bajado del cielo, un alma enviada ayudar. Igual que otras muchas cosas que
parecen venir del cielo, llegan sin explicación y se van sin necesitarla. Nadie
sabía porque Moncho había terminado allí, pidiendo en la luz y durmiendo en las
esquinas de la noche junto a otros tantos también sin historia. De seguro la
tienen, pero no parece importar, bajamos el cristal desde el aire acondicionado
de nuestro carro y dejamos algunas monedas, lo mismo que hacemos en los peajes,
luego cerramos para que no se escape el aire o no nos queme el calor que brota
de la brea caliente. La que les lleva la ropa probablemente lo hace más por
ella y sus pecados revenidos que por ellos, pero lo ayuda.
Al
final del día, no sabemos qué pasa, no sabemos cómo cambiarlo, no se nos pasa
por la mente que hacer, porque el fallo no es nuestro, algo más grande que
nosotros falló, y esa falla los aplasta, como lo hace con nosotros, que nos
creemos estar fuera, nos creemos menos castigados. Moncho está perdiendo
visión. Lo sé porque el domingo, a eso de las 11:45 am, cuando suenan las campanas
de la iglesia para que los feligreses se arrodillen, yo estaba frente al semáforo
y vi como el cielo arrodilló a Moncho sobre el asfalto, le acercó la cara al
calor humeante del sol de mediodía, lo vi a plena luz del sol intentando
distinguir las monedas que brillan directamente en sus ojos.
*PD: Nunca usa las chancletas que le dan.
*PD: Nunca usa las chancletas que le dan.
Un relato lleno de imágenes que te sacuden el alma. Una historia que nos remueve cosas adentro.
ResponderBorrarAbrazo