La última vez que nos vieron


                


       
                Quién lo miraba a los ojos rompía en llanto. Baltazar se había ido a vivir alejado de todo, lo conocían como el ermitaño de aquel pequeño trozo de tierra conocido como Ricotón del mar, que era más o menos una provincia sembrada en medio del agua, con sal por las cuatro esquinas. Como mucho había unos 40 habitantes, de los cuales la mitad eran marineros y la otra mitad ejercían algún oficio básico.  Raúl Jiménez, por ejemplo, era un doctor mediocre que se encargaba de recetar pastillas a cualquier paciente que sintiera cualquier tipo de dolor. Allí los corazones rotos y el dolor de espalda se curaban con la misma píldora, un relájate muscular o un ansiolítico o algo que causara adicción.  Por consiguiente, el gran negocio de aquella isla era la farmacia, una farmacia enorme que se extendía por gran parte del territorio.  La farmacia era una de estas farmacias modernas que tienen de todo, desde pastillas hasta comida para perro. Era una farmacia que lo tenía todo al alcance de tu mano, por lo que los ciudadanos siempre estaban felices, cualquier cosa que necesitaran ya estaba hecha, ya estaba inventada; problema solucionado y solución lista para comprar. En vista de que el gran negocio era la farmacia y que los marineros casi nunca estaban con sus familias, el líder y su esposo decidieron convertir la isla en un centro turístico. Hicieron propaganda internacional, se vendió aquel lugar como un paraíso, los habitantes organizaron todo un sueño, pero todo fue un fracaso. Todos concluyeron que se debía a la presencia de Baltazar y todo indicaba que era así. Para aquel entonces, Baltazar había decidido crear una artesanía acorde a los gustos de los turistas y cualquier cliente en particular. Cuando los marineros llegaban con sus barcos llenos de extranjeros Baltazar espera tranquilo bajo su carpa a que alguno llegara. Tal vez fue el nombre de su carpa lo que hizo que se formara una extensa fila. De ti para ti, así se llamaba la idea de negocio de Baltazar, quien inmediatamente llegaba un cliente, le acomodaba una silla. Se sentaba frente a frente, con una sonrisa frente al comprador y comenzaba a hablarle. Siempre en la primera mirada los compradores se echaban a llorar, solía decir Baltazar que eso era porque hacía mucho tiempo que nadie los miraba, estaban acostumbrados a ser vistos, pero no mirados, al menos no mirados por dentro. Les tomaba un tiempo acostumbrarse a que les miraran el alma, a que realmente los vieran como eran. Luego de esa primera mirada, que para la mayoría era la primera mirada en mucho tiempo, Baltazar comenzaba a hablarles, a mirarlos más adentro. Los clientes que alcanzaron a tener su artesanía, la adoraron, la sentían tan de sí mismos que les hacía feliz y mejor aún, se sentían liberados. El único problema era que elaborar la artesanía requería mucho tiempo, así que la fila se extendía cada vez más. Fue entonces cuando la farmacia diseñó una campaña acoplada a la espera. Ese mes se vendieron miles de pastillas para la ansiedad legalmente recetadas. Pero no fue suficiente, porque quienes salían de la tienda comenzaron a acompañar a quienes esperaban y algunos hasta se fueron de la fila felices. Fue ahí cuando la farmacia perdió sus ventas, la temática del turismo se desplomó, el paraíso ficticio no dio resultado. La farmacia compró los terrenos donde Baltazar tenía su carpa y entre política y economía Baltazar terminó alejado en la montaña. Fue el esposo del líder quien personalmente llevó a Baltazar a una cabaña que le había construido en la cima de las nubes. Baltazar le agradeció, le ofreció asiento y lo miró a los ojos. Aquél hombre rompió en llanto, hace mucho nadie lo miraba, entre el trabajo, el televisor, los teléfonos… ni sus hijos, ni su esposo lo habían mirado así fijamente al interior. Desde la colina Baltazar veía todo aquello que habían montado donde estaba su carpa, la maquinas que daban vueltas llenas de luces, la tarima, los espectáculos, las chorreras, el agua, los animales cautivos, las pantallas gigantes y sobre todo su pueblo, que se esforzaba por vender felicidad para así poder comprar la suya. Quien llega hasta esta montaña y conoce a Baltazar se da cuenta de que hace mucho, no nos vemos.

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