Corazón de tela
Y estaba allí, al
costado de la pata de un viejo sillón. Ya no recuerdo bien, han pasado años
desde mis últimas horas de tibieza. Pero
sigo aquí, en el suelo, amenazado por un par de viejas tijeras que pretenden
desgarrarme los hilos que mantienen unida mi vida. Por mis bordes descosidos se disipa el bello
color rojizo que me destacaba. Hoy solo soy un opaco corazón de tela que se
encuentra al filo de un tiempo que daña mis fibras. Más no me rindo, los
corazones jamás se rinden, no importa
cuán profunda sea la herida.
Algún mal
insecto ya me ha roído aquellas alas que me hacían volar. Parece que no me quedan fuerzas, pero sigo
firme, en una agonía que me lleva a pensar en la esperanza. Aquella noche pasaste por mi lado.
Vi que me miraste fijamente, alejaste aquellas
tijeras que violentaban contra mi vida.
Recuerdo que al levantarme del suelo, parte de mí se quedó aplastada
bajo la sombra del sillón. Me vi
perdido, desgarrado en dos pedazos, y ningún corazón que haya tenido vida, debe
morir así. Yo estaba en tus suaves manos, pero allá en el piso se quedaban aquellas cosas que me hacían ser yo, mis
buenas y malas experiencias, aquellas locuras del corazón que
muchos dicen que la razón no entiende.
Loca de sombra, mi otra mitad se lapidaba bajo la alfombra. Más tú
sabiendo que sin esa parte no estaría
completo, la recogiste, eran aquellas
mis antiguas miserias y aventuras. Me vi en tus manos tan desecho que pensé que
terminaría junto a la demás basura.
Pero
caminaste hacia un cuarto extraño, de una gaveta sacaste un bolso. Lo abriste sutilmente, sacaste un nuevo par
de tijeras que susurraban mi completa destrucción. Cerré los ojos para no ver cómo me mutilabas. De repente atravesaste mi calma con un hierro
fino y punzante que electrificó mis fibras. Una y otra vez sentía el dolor de
aquella desdicha. El dolor blanco cruzaba mis partes, más podía recordar todo
aquello que pensé había perdido. Sentía que mis paredes se unían, pero el dolor
era inmenso y me abandonaba la calma. Me sentía solo y temeroso en pos de lo
que hicieran tus manos. El dolor fue tanto que me desmallé. Creo que tardé
horas en recuperar la conciencia. Me sentí…. Comencé a sentir mis bordes, que
ya no estaban deshilados como antes, sentí mi otra mitad, mi esencia. Me vi, me asusté de tener color de nuevo. Me
alegré, como dije: los corazones que han vivido jamás se rinden. Pero se detuvo
mi vista al ver que por mi centro cruzaba un hilo blanco, sé que me mantenía
unido, mas sentía que era la cicatriz que marcaba mi vida. Con la intención de consolarme me dije que
para resucitar hay que morir primero y así empezar de nuevo, desde cero.
Pero
quien iba a querer un corazón con una cicatriz que recorría todo su centro. Creo que de tanta pena me agrieté un poco.
Más lo notaste y colocaste una bendita para tapar mi herida. Pensé que nadie
querría llevarme. Mas aquella mañana te despertaste, me tomaste
de encima de la mesa, donde me habías dejado. Con algunos otros hilos me
zurciste en tu camisa. Mis hilos se enredaron con tu alma y mi cicatriz no importó, porque hoy soy feliz.
Me siento enorme, solo porque tu
corazón late junto a mí, junto a mis hilos, que disfrutarán de tu compañía, un
minuto, diez años, treinta años... hasta que este gran comienzo, llegue a
su fin.
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