La estafa
Aquel hombre había llegado al pueblo una mañana y
desde entonces, todo se había
complicado. Fue un largo camino hasta allí y todo por encontrar a aquel
comerciante. El recuerdo de la estafa funesta le atormentaba tenazmente día y
noche. Estaba decidido a enfrentarlo y cobrarle todo lo robado. El machete que llevaba en su mano
izquierda era perturbador. A la
distancia y entre la bruma, se veía un pequeño negocio con las luces
encendidas.
Se acercó el hombre al negocio, en el aire se
percibía una esencia de alcohol. Tras el mostrador del establecimiento una
sombra se movía con presteza. Advertía la marcha frenética del hombre
agraviado. Se espantó. Rápidamente, escondió una navaja en su bolsillo para
defenderse en caso de que se agravara el encuentro. Aterrorizado al ver quien era, salió por la
puerta trasera y se escondió en el baño.
No sabía qué hacer.
Instintivamente pensó en cómo defenderse
de lo inevitable. Escuchaba acercarse los pasos del hombre decidido a
manchar su nombre por aquel robo. Desesperado, miró hacia una ventana de
cristal que allí había. Con su puño rompió el vidrio. Saltó por la ventana y
salió a un pequeño camino que se dirigía a la parte central del pueblo. A sus
espaldas quedaba un leve rastro de
sangre que se resbalaba de su puño.
El comerciante, que antaño abusara de la confianza
que fue depositada en él por el hombre, estaba aterrado. Mientras corría,
miraba hacia atrás. Al no ver a nadie,
pensó haberse escapado, y soltó una
carcajada siniestra de corta duración. Pues el hombre ávido de justicia emergió
de entre la espesura de la vegetación y sorprendió al comerciante, que sin
dudarlo, sacó su navaja y la acercó al cuello del hombre. Ante este evento inesperado, el hombre
sorprendió al comerciante con unos pasos
de esgrima aprendidos en la última zafra.
Al ver la habilidad del campesino con aquel machete,
sabiendo que en cualquier momento iba a ser hombre muerto, con voz quebrantada,
el comerciante comenzó a pedir perdón a los cuatro vientos. El hombre sin pensarlo levantó el machete que
cargaba en su mano izquierda, una luz
que se acercaba en cuatro ruedas se reflejó en su anillo matrimonial que
todavía conservaba el olor a joyería. Como de la nada, se pasearon sobre las
manos de los vientos y de repente, los segundos parecieron una eternidad, como
cuando te caes de una silla. Cayeron contra el suelo, que ya se volvía asfalto,
y entre gritos de dolor perdieron el sentido.
Cuando despertaron, se hallaban en un hospital tipo
siglo XXI, con luces fluorescentes y bocinas que llamaban a quien sabe que
empleado. Los dos estaban allí, solo les dividía una cortina que para su desgracia estaba corrida, solo
podían mirarse a las caras pues estaban inmóviles justo hasta el cuello. Por el pasillo se apresuraba unos tacones de
mujer que arañaban el suelo, de su traje
rojo se desprendían las huellas de un amor compartido. Abrió la puerta de la
habitación, todos se miraron y en el mundo quedó tatuado el recuerdo de una
estafa inmóvil de amor.
(Por: Félix, Edward, Goshua, Sofia.)
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