Las dos orillas
En los encajes de su
traje ya se acumula la arena. Lleva meses esperando a que él regrese o al menos
una señal, eso es suficiente para ella. Su sombrilla ya no la tapa del sol, la
lluvia, se cuela por todas partes hasta empaparle las mejillas. Sin embargo,
una angustia la mantiene anclada a la
orilla, un temor ahoga sus esperanzas en sal. Días, tardes, noches marcan sus
ojos con caracolas vacías. Aquella mañana un bostezo de mar acercó una botella
a la arena. Ella corrió a abrazar la botella entre sus manos, se enrojeció al
ver que en sus entrañas había una nota.
No pudo evitar el llanto al leer la nota: “Amada mía, si estas letras llegan a ti es porque yo no he
podido. Es por eso que apreso en ella mi sentir por ti, las cosas que te
hubiese dicho al llegar. Quiero que sepas que cada aliento, así se me acabe el
aire, será por ti. Lamento no volver a ver tu sonrisa, tu rostro, no hay peor desenlace que irme del mundo lejos de
ti. Te llevo prendida y la muerte no podrá robarme eso.”
Semanas más tarde,
llegaron los hombres al puerto, entre ellos su esposo, quien al regresar a su
casa y abrir la puerta hizo caer al menos una cincuenta botellas de vidrio. Él
no recordaba que su casa estuviese llena de botellas. Preguntó por los
alrededores, la buscaba, se había ido y nadie sabía por qué. Entristecido se
fue a contemplar el atardecer, el mar
había lavado el rastro. Poco a poco las botellas llegan a la orilla,
lentamente en el doblez de sus pantalones, se acumula la arena.
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