Reverenciando a las ovejas
Llegado
el amanecer los comandantes observaban, vanagloriaban y reverenciaban lo logrado.
Nada hubiese sido posible sin la invención y el riesgo que enfrentó Ambrosio. Si
bien es cierto que pocos sabían de su trabajo en las granjas, de alguna forma
el gobernador de la provincia se enteró y pensó que un experto en animales de
granja era la persona más indicada para mantener cautivos a los delincuentes.
Sin lugar a dudas la provincia estaba destinada al fracaso. Cada día la criminalidad aumentaba, tanto así
que llegó el momento en que hubo más delincuentes que civiles. Fue por eso que
los comandantes de guerra hicieron lo necesario para lograr encarcelar toda la
provincia, todos juntos, buenos y malos. A la larga la decisión tomada agravó el
problema, siendo la maldad una enfermedad de contagio rápido, toda la provincia
se infectó del mal, o de injusticia. La
provincia entera terminó rodeada de cercas, para que nadie escapara. La
angustia invadió al gobernador cuando la provincia, básicamente, desapareció
del mapa, nadie visitaba el lugar, ni los turistas, ni los comercios, solo
algunos extraños que dejaban en las cercanías a algunos delincuentes. En vista
del horror que representaba una cárcel gigantesca el gobernador determinó
eliminar la cerca. La acción fue llevada a cabo al instante, pero tan pronto se
aflojaron los primeros alambres, hubo un incidente de fuga.
Cuando
el absurdo intento de eliminar la cerca falló, llamaron a Ambrosio, quien era un
desconocido, pero también era el único granjero que tenía todos los animales
libres por la granja sin que estos se le escaparan. Consciente de que las
personas no eran animales, Ambrosio informó al gobernador que no iba a ser tan
sencillo como en la granja y que iba a necesitar mucho dinero para lograr su
cometido. El gobernador no objetó nada, tal vez por desespero, pero cuando
Ambrosio le dijo que iba a necesitar que se construyera una torre enorme en
medio de la provincia, los ojos se le engrandecieron y se le fueron a blanco. Cuando
recobró la conciencia, suspiró profundo, varias veces y dio la orden. La construcción
fue llevada a cabo por la mano de obra provincial y mientras construían la
torre, el gobernador se consolaba diciéndose a sí mismo, que la torre, al ser
tan alta, llamaría la atención y todos irían a verla.
Cuando
la torre estuvo lista, el comandante del ejército visitó la provincia y quedó
sorprendido. La torre era monumentalmente alta y obscura, era imposible ver
hacia adentro y desde adentro se veía hasta la parte más remota de la provincia.
No obstante, y conteniendo los instintos ante la sorpresa, los comandantes le
exigieron una explicación al gobernador. Él les comentó su decisión de eliminar
las cercas. Los comandantes replicaron de inmediato, eso es imposible, la cerca
es lo único que los retiene. Ambrosio interrumpió la réplica diciendo: “no es
cierto, no necesitamos una cárcel para ser retenidos, se puede hacer con una
luz, con un dolor, con miedo, con una necesidad, con lo más irrelevante que se
pueda imaginar”. Sin decir más, Ambrosio
fue internado en la cárcel o sea en la provincia.
Al
entrar, entre todos acorralaron a Ambrosio, querían lincharlo por tener a todos
los ciudadanos encerrados, ovejas y lobos, todos juntos. Mujeres, hombres,
niños, niñas y ancianos, corrieron con todo tipo de armas para matar a
Ambrosio, quien llegó hasta un pequeño callejón sin salida. Silvio, uno de los jóvenes, tiró a Ambrosio
al suelo y le colocó un cuchillo en el cuello. Silvio le preguntó cuánto le
había pagado el gobernador por encerrarlos.
“¡Dos millones!’’’ Dijo Ambrosio y Silvio apretó el cuchillo contra la
garganta hasta hacerlo sangrar. Si no llega a ser porque Ambrosio gritó que le
habían pagado para quitar la cerca, Silvio le hubiese desparramado toda su
sangre por el suelo.
Con una
herida profunda pero no muy grave, Ambrosio se organizaba. Pasó unas semanas escondido preparándose. Mientras tanto el gobernador pasaba los
minutos angustiado, cada vez que pasaba un día y la cerca seguía puesta, tres
canas le aparecían en la cabeza. Pasadas las semanas, Ambrosio se rodeó de
nuevos y viejos amigos: Ernestino, su mejor amigo de la infancia, Arturo, un
convicto de robo, Paco, mecánico de profesión, y Gilberto, prestamista convicto
por fraude. A estos los había convencido de escapar, les había dicho que había
engañado a los civiles de la provincia diciéndoles que iba a trabajar para
quitar la cerca, que por eso su vida estaba en peligro, porque obviamente,
quitar la cerca era imposible. Convencidos de que el escape planeado por Ambrosio
era posible, se las arreglaron para salir durante el día y a la vista de todos.
Pero el
gobernador no soportó la ansiedad, las canas casi le cubrían toda la cabeza y
una vez al día, cuando miraba por la ventana, sus ojos perdían la pupila. Esa misma noche mandó a remover todas las cercas, “si se escapan, que se escapen”. Al
amanecer, todos los ciudadanos fueron a buscar a Ambrosio para festejar el
haber cumplido su palabra, la cerca ya no estaba. Buscaron a Ambrosio por todas
partes, hasta que lo encontraron. Aunque muchos estaban contentos, el escape no
se había llevado acabo, por tanto, aún tenía algunas cuentas pendientes, en
especial la de Ernestino, quien tenía problemas para asumir la traición. Cuando Ambrosio apareció le dijo a su grupo de
escape que si no había cerca eran libres. “No es cierto”, le dijeron. Entonces
fue cuando informaron a Ambrosio de lo sucedido. Durante el festejo, algunos se
sintieron liberados e intentaron pasar por donde estaba la cerca, y de la nada,
como picadas de hierro, les atravesaron la cabeza, desparramando todos los
sesos por el suelo a merced del calor y las moscas. Los disparos fueron
certeros y provenientes de la nada. Ambrosio
replicó diciendo que los disparos habían provenido de la torre, de la parte de
arriba, de seguro había guardias listos para disparar, vigilando sin ser vistos.
En
efecto eso era lo que sucedía. Ambrosio analizó todas las posibles
escapatorias, durante dos años trató de escapar, todos los intentos fueron
fallidos, el único compañero que le quedó fue Ernestino. De todos los intentos,
el último fue el peor. La población entera estaba segura de que si alguien
podría escapar ese sería Ambrosio, si él lo lograba, todos podrían hacerlo.
El último
intento ocurrió en la noche, iban ocultos, entre las sombras, aprovechando la
gran trifulca que se dio ante una explosión que hubo cerca de la plaza
principal, cercana a la torre. Todos los guardias estaban allí, por lo que
supusieron que la torre estaba vacía. Corrieron de prisa, con cautela, cuando
llegaron al límite, se oyeron disparos. Al día siguiente el sol alumbró los dos
cuerpos, muertos, recostados sobre el suelo manchado de sangre, cubiertos con
un saco negro, vacíos de vida. Toda la
provincia posó sus ojos sobre la morbosidad de los cadáveres hasta darse cuenta
de que definitivamente no había escapatoria.
Años después, la provincia se hizo una
comunidad próspera, encerrada, pero próspera. Los habitantes se resignaron a
ser buenos, el crimen desapareció, de vez en cuando una pelea sencilla que se disolvía
por el miedo. Se hacía fiesta para celebrar
los escasos visitantes que llegaban. Uno de los mejores festejos se hizo el día
que dos ancianos llegaron y se quedaron mirando fijamente la provincia.
Entraron por la majestuosa entrada principal que se construyó, luego de la
muerte del gobernador, y en el límite donde estaba originalmente la cerca. Era
una entrada, un recordatorio. Mientras
celebraban la llegada de los dos ancianos, un joven había sobrepasado los
límites, colocando sus huellas fuera de la cárcel. Él no sabía que fuera de la
provincia, la vigilancia estaba mucho más avanzada, pero fue el primero de
muchos en tomar el riesgo, pero en aquel momento en el que el joven huía, uno
de los ancianos, que lo vio, le dijo al otro: “te lo dije Ernestino, algún día
alguien se iba arriesgar sin saber que la intención siempre fue morirnos para que
la torre vigilara vacía.”
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