Un hombre muerto bajo mi cama

                                     


Mi novia me levantó del suelo aquella mañana, había ido a visitarme porque quería darme una sorpresa, como la que se llevó ella al encontrarme tirado en el piso a las seis de la madrugada. Olvidó todo para preguntarme que me había pasado. La verdad era que no tenía idea, nunca he sido sonámbulo, no recuerdo haberme despertado, ni haber caminado. El punto es que de alguna forma desperté en la sala sin ninguna evidencia de golpes, así que bajé las escaleras con un alto porcentaje de éxito. Al igual que las veces anteriores, no recordaba nada, absolutamente nada. Lo que llevó a que Irene se ofreciera a quedarse conmigo toda la semana. De inmediato dije que sí, sabiendo los beneficios que eso me traería. Buscó sus cosas y esa misma noche se instaló. Me preguntó si podía usar el armario que estaba al lado de la sala, mantuve la calma y le dije que no. Vacié el que estaba en mi cuarto y allí fue donde acomodó sus cosas. Las primeras noches no hubo problema, no dormimos mucho, por tanto, bajó la probabilidad de que me sucediera algo. A Irene le pareció buena idea quedarse conmigo, así iba a estar más preparada para los días posteriores a la boda, tenía planeado catar mis manías. Le propuse matrimonio el día antes de amanecer en el piso de la sala.
Al cuarto día de estar juntos, comenzó un extraño olor en la habitación. Irene me decía que no olía a nada,  puso unas flores perfumadas para que dejara mi manía del olor, pero estaba seguro de que algo apestaba en el cuarto. Al quinto día el dolor se hizo más fuerte, tanto que no me dejaba conciliar el sueño, entre vueltas de un lado a otro, para ver si podía dormir, caí al piso. La vuelta me hizo azotar de lado y mi cara quedó mirando para debajo de la cama. Ahí fue cuando lo vi, con sus ojos bien abiertos, me miraba fijamente sin parpadear, me tragué todos mis sustos para no despertar a Irene, estiré mi mano y sentí el frio de la piel del difunto. Lo miré fijamente e intenté halarlo hacia afuera. Estaba casi fuera, solo la mitad del cuerpo estaba bajo el colchón cuando Irene se volteó para abrazarme y yo no estaba. Se despertó de inmediato y miró hacia los lados. Rápidamente empujé el cuerpo debajo de la cama y me levanté recuperando la postura más tonta posible. Le dije que me había caído de la cama, empezó a reírse y aproveché para decirle que iba por un vaso de agua. Me fui muy despacio y busqué el agua, pero me quedé dando vueltas por el primer piso, pensando una solución. Tardé lo suficiente para que Irene se durmiera sin sospechar, subí a la habitación y la vi dormida. Tenía que sacar el cadáver de allí como fuese. Prendí la luz de la lámpara, dejé la puerta abierta, arrastré el cadáver hasta el pasillo y lo coloqué en la orilla en lo que regresaba a apagar la luz, para que Irene no sospechara nada. Cuando me acerqué a apagar la lámpara, que estaba en la esquina de la puerta, Irene despertó. Brinqué, y del susto le di una patada al cadáver que comenzó a rodar escaleras abajo. La mezcla del sonido del aire acondicionado y la poca luz que había, hizo que Irene pasara por alto los: tán, tún, tán, tán… que hizo el cuerpo al caer. Lo único que me dijo, entre sueños, fue que me pusiese una camisa porque estaba haciendo frío. Le dije que cuando regresara, que tenía que ir al baño. Bajé y recogí el cadáver, buscaba donde esconderlo cuando escuché los pasos de Irene acercarse por la escalera. ¡Maldita sea! Metí el cadáver detrás de la escalera, a la altura del 7mo escalón, justo donde ella, insensatamente, se detuvo y me dijo que ya que estábamos despiertos podríamos darnos una ducha. La oferta no sonaba mal. Nos fuimos a la ducha y salí antes que ella para solucionar mi asunto. Sacaba el muerto de debajo de las escaleras cuando escuché el sonido particular que tiene la manija floja del baño, Irene estaba a punto de salir. “Esmandé” escaleras arriba con el muerto, volví a la habitación, abrí la ventana para tirarlo, pero Irene se acercaba, lo tiré en el piso y para cuando se abrió la puerta, el cadáver ya estaba bajo la cama. En ese momento deseé que Irene se fuera o que le dieran unas diarreas, para yo poder salir de la mierda en la que me encontraba.
 Aquella se convirtió en la peor noche de mi vida, mientras la cama se movía arriba, pensaba en lo que había debajo, en lo inmoral, en todo al mismo tiempo. La mañana siguiente, Irene se levantó temprano para ir al trabajo, cuando desperté, estaba solo. Me puse en pie de inmediato, busqué el cuerpo bajo la cama, lo bajé al primer piso sin saber qué hacer con él, pero antes, aprovechando la claridad del día, lo miré bien. Me parecía familiar, le levanté el cabello que le tapaba la frente y vi que tenía escrita la palabra libertad, curiosa palabra para estampar en la frente de un muerto, me dije.  Pensando que podría aparecer alguien en cualquier momento hice lo de siempre, lo escondí en el armario de la sala. Cuando abrí la puerta del armario todos los cuerpos cayeron al suelo, ninguno descompuesto, todos con sus palabras en la frente: vanidad, egoísmo, sinceridad, virginidad, sueños, esperanzas, familia, primer trabajo, primer despido, entusiasmo…. La lista era tan larga que tuve la idea momentánea más exitosa de todos los tiempos, separar todas las cabezas de sus cuerpos y guardarlas solo a ellas, para que así me sobrara más espacio. La desesperación de ver todos aquellos cuerpos me invadió, comencé a apilarlos nuevamente dentro del armario, cuando terminé, me senté frente a la puerta e hice lo que tanto temía por culpa de mis sospechas, vi la grabación de las cámaras de seguridad que instalé la vez pasada. Tuve acceso al vídeo desde el celular:  vi cuando llegué a la casa, revisé los alrededores y subí a la habitación, todo con la mayor naturalidad. También vi cómo nos sorprendimos al darnos cuenta de que éramos los mismos, pero diferentes. Allí en la habitación, maté al hombre que estaba mirándose al espejo como si se percatara de haber entendido algo. Luego de matarlo lo escondí bajo la cama y tomé su lugar, que siempre fue mío. Al quedarme dormido me sentí incómodo y por eso me fui al sofá, del cual novedosamente me caí. Para cuando terminó el vídeo ya había entendido todo. Subí al cuarto, me miré al espejo y me levanté el cabello que me caía en la frente. Lo volví a acomodar para no levantar incertidumbre, caminé a la cama y me acosté a esperar. En ese instante oí como alguien abrió la puerta principal, sus pasos se acercaron poco a poco de manera muy natural.

Comentarios

  1. Maravillosa entrada llena de sentimientos maravillosos gracias me a encantado feliz semana saludos cordiales

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