El exquisito olor del fuego
Un exquisito olor a
fuego perfumó la ciudad. Una avalancha de cenizas crudas arropó los autos del
vecindario. Una hora más tarde y como todas las noches, esperaba el taxi que me
regresaría a casa. El taxista que me recogió, parecía recién llegado de una
galaxia lejana o de dos pueblos más al sur, donde a los calderos se les llama ollas.
Mi vecino sufre de asma y hasta tiene un
carnet para estacionarse cerca cuando va al centro comercial. El asma le impide
caminar del estacionamiento a las tiendas, pero no le afecta para estar todo el
día caminando de tienda a tienda, como un ave que no para en la rama,
escaparate por escaparate. Ironías de la vida, supongo, y con un poco de suerte,
no salió vivo de las cenizas, por lo del asma.
El taxista me mira
por el retrovisor pensando que estoy loco.
La verdad me importa
poco si ese señor se muere, ahora, que se muera su esposa me molesta. Ella
lleva 15 años soportándolo y es menor que él cómo por otros 15 años. La pobre,
cuando no estaba en mi casa, estaba cuidando a su marido. Lo peor era cuando él
la reclamaba de madrugada, luego de que ella ya se había fugado bajo mi sábana,
él la llamaba para quejarse del asma, siempre del asma. El día que mi padre me
pilló con los pantalones abajo y encima de la esposa de mi vecino, se
escandalizó. Retumbó la casa, pared por pared las llenó de insultos, pero calló
como una puta cuando lo amenacé con contarle lo de su aventura a mamá. Mi mamá
se despertó con los gritos, pero en un instante se tragó todo y con una sonrisa
resolvió la situación. No era para nada meritoria, nuestra casa era lo bastante
grande como para que mis padres no se tuviesen que ver, pero él insistía en
dormir con ella, insistía cada noche y yo escuchaba la pelea, la discusión, la
infelicidad de un matrimonio engrapado con tiempo muerto. Mi papá no fue un
gran hombre, nos maltrató a todos, pero en especial a mi hermano, al que le
decía maricón a cada oportunidad y si no la tenía, la inventaba. A los 17 años
sacó a mi hermano de la casa, le dijo que no volviera, y mi hermano, así lo
hizo, jamás ha vuelto…. Luego llegó mi tío a vivir a la casa. Mi padre le dio
el mejor cuarto, el que era mío. Mi tío llegó a la casa con su hijo mayor. Mi primo era un egresado del ejército que
tenía colgadas un sin número de medallas en honor por haber ido a asesinar
gente a sus casas. Todo un orgullo patrio para mi tío que creía que era un
macho de siete cojones. Antes de que mi hermano se fuera de la casa, ambos se
pasaban en la habitación jugando quien sabe a qué guerra. Mi tío no dejaba a
nadie ser feliz y cuando se juntaba con mi padre, era peor. Confinaron a mi
madre a la marquesina, ella les llevaba de comer, limpiaba, arreglaba todo y
ellos se iban de putas y luego se las traían a mi madre hasta la misma puerta. No pude hacer nada, cambié de cuarto con mi
madre para que esta no sufriese tanto en aquella marquesina mal amueblada, la
esposa del vecino no tuvo problemas con el cambio. Aquella tarde le dije a mi
vecina que no iba a verla, me despedí con un beso como si hubiese sido un amor
profundo de noches mágicamente interminables, además le dije que saliera del
vecindario. Lo hizo, ella y mi madre
salieron juntas del vecindario, que tampoco era tan difícil porque nuestro
vecindario solo estaba compuesto por dos casas. Aquella noche fue una noche de hombres, todos,
incluso el vecino, visitó la casa para jugar al dominó. Por un rato me quedé en
mi marquesina mal amueblada, mi primo entró para decirme que fuera a jugar. Le
respondí que no iba a ir, pero el quería jugar, él insistió, y para insistirme se me acercó, con
su torso descubierto y con una mano en el zipper del pantalón. Usó su
entrenamiento para dominar, pero lo que él no sabía, era que esa iba ser su
última batalla. Salimos de la marquesina mal amueblada y también fui obligado a
jugar dominó. El vecino comenzó a decir que él tenía una buena mujer, que las
mujeres eran todas unas perras, pero que esa le había salido buena. A su
discurso añadió que él tuvo una hija con una mujer que ni si quiera sabía dónde
estaba. En un juego que gané con “chuchazo” le dije al vecino que me tiraba a
su mujer. Intentó agredirme, pero le dio un ataque de asma, siempre el asma. Mi
padre empezó a gritar, como siempre hacía, balbuceaba insultos indescifrables
que se mezclaban con el tufo a alcohol que le salía por la boca y por los
poros. Mi primo intentaba auxiliar al vecino con lo que había aprendido en el
ejército y mi tío juraba que me iba a matar a golpes. Algunos me alcanzaron, me
dejó un ojo hinchado, lo que me hizo más difícil el trabajo. <<En la
próxima entrada se detiene>> le dije al taxista.
Con el ojo hinchado
fui a la cocina, tomé los fósforos y comencé a encenderlos y a tirarlos en
todas partes, la casa ardió en segundos. << ¿Qué paso con ellos? ¿Cómo te
salvaste?>> Interrumpió el taxista. Le pedí que se detuviera frente a una
entrada donde solo había dos casas. <<Ellos no murieron, yo morí en esa
casa hace cinco años, desde entonces, cada noche, la casa se incendia con ellos
adentro.>>
El taxista se halló
solo observando las casas, y una noche más, la ciudad se cubrió con un
exquisito olor a fuego.
F. JaBieR
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