Flor de dos tiempos



En la botánica campesina de una isla caribeña, existen dos grandes grupos que reúnen a todas las plantas: o son de sol o son de sombra. Las plantas de sombra, por lo general, se caracterizan por tener un tallo endeble, lleno de lágrimas regeneradoras de heridas. En las altas montañas, a la orilla de la carretera y la basura olvidada, crece el tipo más común de flores de sombra, miramelinda. La flor tiene más nombres, que China dinastías. La clase de planta que crece aquí aprovecha la humedad del suelo, el frio de las alturas y la sombra de los árboles para desgarrar sus pétalos y abrirse en flor. Su belleza no es tan importante como sus raíces, sus raíces son pequeños gusanos que se sumergen en la mugre, pero la mantienen viva y radiante. Así es como de lo pantanoso, también crecen grandes cosas. Sin embargo, cuando una flor de sombra se coloca en un lugar equivocado esta tiene uno de varios destinos. El real: las plantas no piden ser sembradas, pero están allí por obra de la naturaleza, por las manos de un jardinero o por un escupitajo de abeja. Cuando la semilla de una flor como esta, cae en el lugar equivocado, la misma naturaleza se encarga de no dejarla germinar, de quemarle las entrañas para que muera libre de culpa, libre de pecados ajenos y lágrimas innecesarias.  El ideal: todas las flores caerán en la tierra húmeda (que no es fango), fría y perfecta para germinar y ser la gran flor que está destinada a ser. El fantástico realista: un picaflor sacude sus alas y en un aleteo romántico la semilla de miramelinda cae en la tierra más árida. Una ama de casa, experta en el homicidio involuntario de plantas de tiesto, la riega diariamente hasta convertir la tierra en un pantano. La semilla comienza a crecer, unas pequeñas hojas se asoman sobre la tierra como si presintieran el horror y lo observaran para tratar de esconderse, pero la biología no se lo permite, le estira sus huesos verdes incontrolablemente. La candente luz de sol hará de la planta una diferente, tal vez para bien, tal vez para mal. La ama de casa ya se ha olvidado de ella, resulta que hay plantas nuevas, que prometen convertirse en árboles torcidos, pero un tronco, así sea torcido, siempre requiere del mejor cuidado. La escasez de agua ha llegado en el peor momento de su madurez, ha logrado abrir una flor, pero se comienza a secar desde la raíz, las hojas se amargan de verde obscuro y dejan en pie una flor delirantemente blanca, morada, rosada… eso depende. Un abejón negro que revolotea por el área huele su néctar. Néctar amargo y tibio, por falta de agua y exceso de sol. Sin saberlo, ha dejado polinizada una flor inocente, inconsciente.  Es momento de recordar la flor, de bañarla en agua para que sobreviva a los problemas que el abandono le causó, la flor sobrevivirá, pero será demasiado tarde. Comenzará el evento de las mariposas reversas, la flor mutará en espinas grandes, en aguijones sedientos de dedos para pinchar. Comenzará acumular toda el agua que pueda. Cuando la vuelvan a ver estará convertida en un cactus, en medio del desierto de un balcón, sedienta de sueños, a la candente luz de una culpa que no le pertenece. 

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