La mujer que no regresó
En un mundo como este
en el que vivimos noticias como estas no son novedad. Son tragedia y debería
ser más, debería ser inaceptable, indignante, repulsivo. Cada día, mujeres
salen a la calle y no saben si van a regresar bien. A veces no regresan. La
criminalidad nos afecta a todos, nos consume. Aun así, en este país en el que
vivo, mientras dormimos, el gusano se va comiendo el corazón de la manzana. Las
noticias no se detienen, mujeres que no regresan aquí ni allá. Sin embargo, los
motivos por los cuales no se regresa, no siempre son los mismos. Quizás sí,
pero en otro orden, porque en la vida real, los factores sumados en diferente
orden si dan resultados distintos.
Miserenia Quiles, partió de su casa un 3 de agosto de 1977, a la edad de
17 años y medio. Frente al portón de su casa juró bandera y escupió diciendo:
“que te quede claro que no me vuelves a ver en tu vida, no vendré a verte ni el
feliz día en que te coman los gusanos.” Esa fue la noticia que cubrió radio
lengua durante aquel mes. Todo el barrió supo de aquel escupitajo que quebrantó
el piso con su peso. Miserenia vivía en
la empinada cuesta que se erguía desde el barranco a mi casa. Mi casa quedaba
en la encrucijada, frente a la capilla, frente a la cual todo el mundo se
persigna cuando pasa, tal vez por herencia, quizás costumbre, en cualquier caso,
por manías. Miserenia y yo íbamos juntos a la escuela que quedaba al lado de mi
casa y para entrar había que sumergirse en el agujero de una verja rota. Cada
día nos empujábamos como fetos por el estrecho agujero de la verja, con el fin
de evitar dar toda la vuelta y usar la entrada que daba al “beauty parlor” de
doña Socorro. Cuando el timbre de las tres sonaba salíamos por la entrada
principal, la que daba al “beauty”. Allí me esperaba mi mamá, con dos limber de 15 chavos que pintaban la
lengua de rosita. Cuando no, me compraba una panky, o una paleta sugar
mama. Siempre compraba dos, una para mí y otra para Miserenia. Y todos los
días, antes de llegar a la encrucijada, ya Miserenia se había comido el dulce o
lo que fuese. Sino le daba tiempo, se lo metía todo a la boca y lo engullía a la
velocidad de atragantamiento, frente a la capilla hacía una pausa para
persignarse y luego seguía cuesta abajo, haciendo bajar en buche el masticado
de la boca.
Más
abajo en la cuesta estaba don Guillermino Quiles, sentado en la entrada de la
casa esperando que llegaran sus hijos. Ellos no hacían más que verlo y ya
estaban en la entrada. David y Miserenia entraban a esa casa y no salían hasta
el día siguiente. Eso hasta que tuvieron
la edad de fugarse. Una noche Miserenia
se apareció por mi ventana y tremendo escándalo se formó en mi casa. Yo era el
único varón, por eso dormía en el cuarto que quedaba hacia la parte de atrás.
Cuando Miserenia asomó su cabeza por la ventana, tremendo susto me dio. La
ayudé a entrar por la ventana y en el proceso tropecé y ella cayó sobre mí. Mis
padres despertaron con el ruido. Mi madre asomó la cabeza por la puerta y al
verme en calzoncillos y con Miserenia encima, se llevó las manos a la cabeza.
Hizo uno de esos gritos mudos que solía hacer cuando papi estaba en casa. “Mira
muchacho” pude leer sus labios. Hice gestos para que se calmara y ella
entendió. Miserenia le pidió disculpas, pero no pudo callarse todo lo que
llevaba cargando en sus adentros, todos aquellos estropajos que llevaba sucios y
envueltos en el alma. Y había tela para
cortar. Guillermino, su padre, le estaba dando una pela, a Luisa, su madre. ¿A
comay Luisa? - exclamó mi madre. Miserenia se quedó en mi cuarto, no podía
dejar de llorar. Cuando papi se enteró de lo que pasaba fue que se formó el
escándalo. Gritó por todo, porque se había colado por la ventana, porque estaba
en el cuarto, porque Guillermino le pegaba a su mujer…. Cuando se calmó la
marea, papi optó por dejarla un tiempo en casa.
La mandó a dormir con mis hermanas. Guillermino se enteró de lo
acontecido al otro día, luego de despertar de la borrachera que había cogido el
día anterior. Eso fue otro escándalo,
pero él no se atrevió a pasar por casa, le tenía miedo a papi que era un hombre
de respeto.
Miserenia
se quedó en casa poco más de un mes.
Básicamente mi padre tuvo que echarla. Ella se pasaba casi una hora en
la ducha, comía como si cargara una solitaria y no le gustaba dormir temprano.
Tuvo que regresar a su casa. Ya estábamos bastante grandes, algunos 15 años
tendríamos. La esperaba en la cuesta, en la esquina de la encrucijada, mientras
ella se persignaba yo le daba la mano y luego nos íbamos a la escuela. Cuando
regresábamos era lo mismo, me soltaba la mano antes de llegar a la iglesia, se
persignaba y bajaba la cuesta. Pero
aquella tarde fue diferente. En plena calle se escuchaban los gritos, retumbaban
en los ecos del barrio, se colaban por las alcantarillas y se repartían en el
temblor del agua en los vasos. Bajé con
ella hasta su casa, junto con la mitad del barrio que se enteró por radio
lengua. Allí estaba doña Luisa, siendo picoteada por los peles que disparaba
Don Guillemino con un rifle. “Pobre mujer” decía todo el mundo. Nadie hacía
nada. Yo me metí, pero aquel viejo tenía fuerza, me empujó y siguió con su
mezquindad. Moretones le iban a salir a doña Luisa, por todo el cuerpo, por
cada rincón que era alcanzado por una de las pequeñas bolitas de plomo. Pero bastó con que radio lengua se
sintonizara en casa. No hizo más que mi padre bajar la cuesta y Guillermino se fue
huyendo como gallina que va para caldo. Comay Luisa, como decía mi madre,
siempre vivió una condena con ese viejo. Y aquello tiempos no eran como los de
ahora que se divorciaban, antes el hombre se creía dueño de la mujer. Bueno, su
caso había, tal vez no hemos evolucionado tanto como creemos, alguna mayoría sigue
viviendo en las cavernas y entendiéndose con garrotes.
El
tiempo no pasó en vano, pero el viejo siguió incordiando, siendo mezquino con
aquellos frutos de su propia sangre, frutos que probablemente se engendraron
por la fuerza. David el hermano de Miserenia cayó en las drogas, se rumora en
el barrio que bebió ácido de batería y se le fue la mente. Miserenia llegó
conmigo a la escuela superior. Era la primera de la clase y eso que estudiaba
con los pies empujando la puerta de su cuarto para que el viejo padre de ella
no entrara a golpearla. Cuando Guillermino
llegaba borracho, ella ni tonta ni perezosa, brincaba para casa. Cuando llegaba
la mañana, saltaba por la ventana y se regresaba como fugitiva, como ladrona,
como criminal. Miserenia pasó
demasiadas miserias en aquella casa. Pero ninguna superó la del día en que se
fue. Aquel día era su cumpleaños, yo la había invitado a comer pizza a la
primera pizzería que abrieron en el pueblo. Fuimos a comernos el pedazo de pizza con el
vaso de refresco. Se rio tanto aquella tarde. Aún recuerdo su cabello
alborotado, aquella canción melancólica que disfrutaba cantar, entre tanto
sufrimiento había algo que la hacía única, una chispa de sol en su
sonrisa. A la vuelta Guillermino estaba en la entrada.
No hizo más que verla y comenzó a correrla con un cuchillo para matarla. La
hubiese matado si la hubiese cogido. Aún recuerdo los pasos que se marcaban en
el piso de madera. El sonido que retumbaba de un lado a otro. Miserenia se
encerró en el cuarto. Guillermino le daba golpes y más golpes a la puerta.
Quería romperla, triturarla, molerla con aquel cuchillo. Miserenía gritaba. El
escándalo se esparcía. Y mientras más ella gritaba, más fuerte él golpeaba la
puerta. Entré a la casa, escuchaba cómo la puerta comenzaba a ceder, cómo las
bisagras se aflojaban. Con lo primero que encontré le di a Guillermino por la
cabeza. Cayó al suelo, redondo como una guanábana. En la puerta quedaron
marcadas las puñaladas. Tajos y tajos repujados contra la madera. Antes de
acabar el verano Miserenia se fue a vivir con su tía. Por mi parte, me fui a cumplir con mis
deberes como reclutado del ejército.
Fue
un tiempo corto, dos años, el que estuve lejos de casa. Sin embargo, me pareció
que pasó muy lento. Yo siempre la quise
mucho, la quise con pena. Perdí todo
tipo de contacto con Miserenia. Fue por radio lengua que me enteré que el 3 de
agosto de 1977, Miserenia se plantó bien “plantá”,
y en el mismo funeral de su madre, le dio un pescozón al viejo que lo hizo
doblar rodilla. El día que murió su madre, murió su familia. Miserenia se fue a la universidad, por eso no
la vi cuando regresé en un tiempo libre que me dieron. Estudió, se rebeló
contra todo aquello que la ataba a la tierra. Su persona se hizo grande, se
hizo de una mujer decidida. Años después el destino nos reunió. Durante años
ella fue a visitar a mi familia. Fue al velorio de mi madre cuando esta murió.
Aun visita a mi padre de vez en cuando, pero nunca, nunca, nunca se detiene en
la que fue su casa. Guillermino se convirtió en pastor luego de la muerte de su
mujer, pero el tiempo le cobró con creces todo lo que hizo. Se volvió pequeño,
le dio una parálisis que le cogió todo el lado derecho, la boca se le quedó
torcida y la mano con la que pegaba se le quedó escondida así para adentro.
Jamás volvió a saber de su padre, pasa frente a la casa, pero jamás entra. La
última vez que la vi tenía muchas historias que compartir, como una vez que una
vieja la corrió con un machete. Eso fue antes de ser quien es. Ya no le falta
de nada. La gran profesional nació en 1977, todo fue distinto desde aquel día
en que Miserenia decidió no regresar.
F. JaBieR
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