Obituario Sonámbulo / Sleepwalking obituary



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Fue una forma extraña en la que nos conocimos. Ella era reportera del periódico local y yo un escritor desamparado por la naturaleza. En lo que ella veía noticia, yo veía gente herida. En lo que ella veía la primera plana, yo veía gente y más heridas.  Por eso coincidimos tanto, ella detrás de las noticias y yo detrás de las vivencias. Los eventos políticos nos entusiasmaban a ambos, a ella por el reportaje acerca del fraude y a mí por la increíble capacidad que tienen los políticos para ser vistos como gente con moral. Me intrigaba como las personas les seguían creyendo, la reportera desmantelaba el fraude y la gente los re-elegía. Fue ahí cuando empezamos a hablar, cuando le comenté la extraña idea de querer hacer varias lobotomías para saber que pasaba en algunos cerebros. Jugaba al científico, hasta le dije que sería un buen cuento, un científico que raptara personas para estudiar sus cerebros y sus decisiones con el fin de alterarlas, políticamente hablando. Por extraño que parezca la idea del cuento no le sonó tan loca, tal vez porque ella amaba escribir crónicas, pero pocas veces podía hacerlo en el periódico. Por eso se obsesionó tanto con la primera plana. Quería encontrar una noticia, LA NOTICIA, digna de estar en la primera página del periódico. Un día me atreví sugerirle que dejara de cubrir en sus noticias los personajes que iba a utilizar para mi libro, quien leería algo que ya está en el periódico.  No importaba que dijera, ella estaba obsesionada con la primera plana. Mientras, divagaba entre las secciones del periódico. Una vez, cuando fue la encargada de la sección de cultura, me llamó para entrevistarme por un premio que había ganado en un certamen literario que realizó el Instituto de Cultura Puertorriqueña. Hizo un trabajo reconocible, me exaltó de una manera que no esperaba. Preguntó muchas cosas para escribir aquel artículo y yo me tomé el atrevimiento de detenerla. Fue una pausa suspendida en el aire. Busqué mis libretas, donde solía anotar las historias que me llegaban a la mente. Le entregué la libreta, ella la abrió y encontró muchas de las escenas de mi única novela: Las nupcias de los difuntos. Cada escena estaba acompañada de un reportaje de periódico de su autoría. Eran las mismas historias, desde distintos matices.  Así fue nuestra amistad, distinta en todos los matices. Compartimos grandes discusiones, en particular por ciertos epitafios que contenía mi novela.  Eran buenos obituarios, pero tortuosos, porque siempre es difícil resumir una vida con un puñado de palabras memorables.  Fue por eso que la aconsejé mucho cuando el editor en jefe la desterró a escribir los obituarios. Fue un error. Se equivocó en uno de los reportajes y la demandaron por difamación, daños y prejuicios y algunas otras cosas. Sin embargo, contaba conmigo en su destierro. Nos volvimos de esos tipos de amigos de los que solo hay uno. Solo tú conoces y entiendes esa amistad, para los demás es rara, confusa, distorsionada y tal vez absurda. Por eso la amistad se volvió profunda, una conexión secreta de dos raíces que se acercan bajo la tierra.  Mensajes día y noche, viajaban de un lado a otro. Algunas veces hacíamos una pausa, para no acostumbrarnos a estar ahí todo el tiempo, para no preocuparnos el día que uno no pudiese contestar. Nos vino muy bien hacer eso, era un momento para recopilar otras historias, otras noticias y mezclarlas para convertirlas en algo diferente. En el último mensaje que recibí de ella decía que tenía otra oportunidad para recuperar su primera plana. Iba a contestarle de inmediato, pero a veces el tiempo no alcanza. Lo postergué, aseguré poder escribirle un poco más tarde. Ella esperó mi mensaje. Debí enviarlo justo en aquel momento, pero olvidé la fragilidad de la vida.
          “Es difícil resumir una vida con un puñado de palabras memorables”
Fue la primera vez que el periódico publicó un obituario en primera plana.

F. JaBieR

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