Los torcidos




No era una familia de asiáticos contorsionistas como los que acostumbramos ver en el circo, no eran asiáticos y no pertenecían a ningún circo. Simplemente eran personas cuyo estilo de vida era la contorsión, acomodar las incomodidades utilizando el arte del estiramiento. Era una familia copiosa, robusta en miembros y con un estilo de vida absolutista. Todo en la casa estaba diseñado para promover un estiramiento forzoso. Las sillas del comedor te obligaban a colocar las piernas a la altura de la cabeza, la ducha te obligaba a pararte de manos y el sofá a recostarte de pecho con las piernas elevadas hacia atrás. Todos encajaban a la perfección, y sino, buscaban la contorsión necesaria para acomodarse. A la hora de dormir, cada cual ya tenía una postura que le parecía más cómoda, se acomodaban como un juego de tetrix, todos unos junto a otros, sin dejar espacios y sin encimarse. La cosa se complicó cuando nació Lillo, quien fue el único que durmió en línea recta a los pies de la cama y cada vez que crecía los demás se veían obligados a tomar nuevas formas. Su madre supo que ese niño le iba a dar problema, tenía unos ojos de culebra brava a apenas nació. Sufría de un curioso tipo de rigidez, no había forma de hacerlo contorsionarse como el resto de los miembros de la familia. Entonces lo trataron como la iglesia a los gays, los dejaron a un lado.  Quisieron cambiarlo varias veces, obligarlo a flexibilizar un cuerpo por naturaleza sólido. Su hermano mayor, tal vez frustrado, le pegó un golpe sólido en las piernas, fracturándole así varios huesos, rompiéndole el calcio de los adentros, quebrando la rigidez. No sirvió de nada. Por culpa de ese evento del cual todos fueron cómplices Lillo tuvo un yeso por seis largos meses.
Cuando tuvo la oportunidad, se fue de la casa. Todos pensaban que los odiaba por haberle roto los huesos, pero él no los odiaba por eso, los odiaba por las contorsiones, por no darse permiso para andar de pie y con la frente en alto. Una tarde, cuando ya todos lo comenzaban a extrañar, Lillo regresó a la casa. Con coraje sustituyó todos los muebles de la casa por muebles normales.  La familia se sentía incómoda, intentaban sentarse con normalidad y casi sin pensarlo tenían los pies trepados en la cabeza. Al ver que no podía ayudarlos Lillo decidió irse. Todos le rogaron que se quedara, pero él les dijo: “ni ustedes van a dejar de contorsionarse, ni yo voy a colocarme de rodillas”. Aquel día que se fue, solo llevaba en la mente que faltaban nueve meses para que naciera el próximo niño, llevaba en la mente la preocupación de volver.


Comentarios

  1. Hola Javier,
    creo que la vida es un poco así, cuando te toca una familia cuadriculada. Amoldada a sus creencias, incapaces de ver más allá y mucho menos lo que anhela o le hace feliz a ese hijo tuyo. Desde mi punto de vista, es acertado cortar de raíz si a una no la entendien, incluso recortar esas visitas en casa de los contorsionistas y no es mi caso, pero he vivido con una madre que ha hecho de padre muy exigente y bueno, puedo entender el relato hasta cierto punto, pero la familia, es la familia. Si hace falta, se hacen menos visitas, se queda menos, para no alterar la traquilidad de una, e incluso se llama menos. Pero una cosa te digo, que te veas feliz, por lo que tú/yo (O cualquiera) va consiguiendo a lo largo de los años con todo lo que hay en una, creo que es lo más valioso.

    Bueno, puede que alomejor, la iglesia... es algo que no me gusta meterme pero creo que ser gay y estar en una iglesia (por el ejemplo) no casan. Puedes sentir tu fervor y devoción, pero si no te tratan bien ... Puerta y a otra cosa.

    Por cierto, una forma muy ingeniosa de hablar de esas familias despegadas.

    ¡¡Un saludo Campeón!!

    (escribes muy bien, no pares, solo déjate llevar...)

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    1. Muchas gracias Keren, por este y todos los comentarios. Es siempre un gusto encontrarte por aquí leyendo con tanto entusiasmo y detenimiento. Como he visto en otros comentarios que has hecho, la vida esta llena de diversidad y eso es lo que trato de recrear en los cuentos, historias que pueden ser parte de cualquiera. Una vez más gracias por leer y comentar, nos veremos en la próxima, aun hay muchas historias por contar.

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  2. La esclavitud que reina en las familias. Si no formas parte de sus normas eres un inadaptado. Concluyente y bien relatado. Enhorabuena.

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    1. Así puede ser, gracias por tu lectura y comentario. ¡Es un gusto saludarte! Hasta la próxima.

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