El reflejo
Lucía iba por la calle, estaba admirando la poca naturaleza que se escurría entre los edificios. De repente, miró a un lado y vio en el escaparate de una tienda un letrero que decía: La casa del reflejo. Que una tienda tuviese ese nombre le pareció curioso. Esa misma curiosidad provocó que entrara a la tienda. Una vez adentro, descubrió un tipo de recepción en la cual el vendedor atendía a los clientes. - Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarla? - Lo siento, solo entré por curiosidad, quería saber que vendían aquí. - ¡No se vaya! Aquí vendemos espejos, quizás le interese alguno. - ¿Espejos? Aquí no hay ningún espejo. - Por supuesto que los hay. Lo que sucede es que solo puedo fabricar un espejo por cliente. Si el espejo se rompe, no puedo ni repararlo ni fabricar otro. - Eso suena bastante estúpido. ¿Lo sabe? - Puede que suene estúpido, pero no lo es. Nuestros espejos son muy especiales. Si gusta puede mirarse en alguno. El vendedor sacó de la vitrina