Olvidé como llorar


Estaba haciendo un rompeolas con mi alegría pequeña, tal y como aprendí de una grandiosa poetisa, mientras colocaba esa pequeña alegría frente al mar bravío, me di cuenta  de algo. En la vida hay minutos continuos en los que una pena se ancla en el alma, el corazón se nubla y en la mente solo se escuchan los rayos y truenos que anuncian un gran diluvio. Cuando eso sucede, todo nuestro ser se riega con un ardor  de poesía, una poesía profunda a la que llamamos dolor. Ese dolor, tristeza o miedo nos hace llorar. Hace al menos 15 años que yo no lloro. No recuerdo cuándo o porqué lloré la última vez. Muchos afirman que eso es bueno, pero les juro, no es así.  Todo me hace pensar que una mañana me levanté y no tenía lágrimas o tal vez  decidí que llorar no valía la pena al menos para mí. Olvidé como llorar y  no puedo recordarlo. El mundo se ha vuelto frio, cruel y despiadado, lo que me hace capaz de enamorarme de  una puesta  de sol  y me hace lo suficientemente  insensible  para no llorar al ser atacado con las noticas de la noche. Veo como entre las personas que caminan en la plaza van ladrones, violadores, asesinos, pedófilos; todos disfrazados de gente buena. El mundo me da pena y yo no soy capaz de sacar a tomar un bronceado ni a  una pequeña lágrima. Es entonces cuando me sorprende la ignorancia de las personas que no se educan, que no ayudan a sus hijos, que los maltratan, que no los dejan ser libres, que no les enseñan que la felicidad existe, esa gente que les enseña a sus hijos que la mediocridad es el tope de lo alcanzable. Regreso a mi casa y no hay nadie que me reciba con un abrazo o un te quiero, ya no está aquella mascota que se alegraba de verme. En la sala solo hay muebles que se llenan de tiempo y permanecen inmóviles asfixiados entre el polvorín. Una noche mientras dormía, desperté de un salto, y vi como por los pliegues de la sábana se iba un sueño que se había escapado por mi oreja, era mi sueño preferido,  le pedí que no se marchara, pero no pude detenerlo. Entonces el todo poderoso cerebro decidió enviar una inundación para limpiar el alma, pero nada sucede, porque olvidé cómo llorar. Así, el agua comienza a inundar cada centímetro   de mi cuerpo, mi corazón   navega en el arca y de rodillas pide no quedar varado en una arrogante montaña de lógica que lo consuma en el eco de una gota que debió haberse ido. Ya no hay dolor pero tampoco felicidad, solo un agua fría que convierte a mis pulmones en un par de peces que se asfixian dentro del agua.  Quizás el agua deba llegar a los ojos para que pueda salir, o tal vez el desierto es tan árido que convierte el agua en arena, lo único que sé con certeza es  que llorar, aunque parezca triste, hace bien; lo realmente triste es guardar todas esas lágrimas en los mares de corazón. Mientras tanto, yo hago un rompeolas con mi alegría pequeña y  en lo que recuerdo como llorar, danzo bajo el llanto de las nubes, esperando ese relámpago que lanza el alma hacia la tempestad; la sonrisa.

Comentarios

  1. Exquisito , creo que me será imposible olvidarlo entró directo al alma.

    Besos

    tRamos

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  2. Cada vez nos hacemos más insensibles a las maldades que vemos cada día. Eso no quiere decir que no tengamos unas lágrimas para lo que de verdad nos llega al corazón. Saludos

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  3. Precioso, realmente un relato conmoverdor. Un abrazo

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  4. recuerda que llorar limpia el alma y no es de débiles, ni chantaje como me hicieron creer.
    Me encanto.
    Saludos Félix

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