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Buena malicia: Beso rojo

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Después de ver como la secretaria de mis sueños se iba con otro hombre, decidí olvidarla.   La tarea  de sacar de mi mente la belleza de Raquel no iba a ser fácil.   Un tiempo atrás,   hubiese olvidado a Raquel con la primera chica que me regalara un guiño. Sin embargo, hoy solo siento que mis pensamientos flotan en una nube y que mi instrumento de amor no se alegra con la misma pasión.   Esto debe ser que me he dado cuenta de que lo que tengo no es suficiente.   La verdad es que es más que suficiente, lo único que no tengo a nadie con quien compartirlo.   Como si olvidar a Raquel no fuese suficiente, hace tres días que estoy en el hospital.   Me han puesto tres sueros, cada uno toma más tiempo en acabarse que el anterior.   Es momento de que la enfermera venga a revisarme pero debe estar revolcándose con algún doctor. Cada quien mejora su estatus como cree conveniente. ¡Calumnias! Viene en camino. Mentira, se ha detenido   a hablar con un hombre. ¡Mierda! No puede ser, es Hi

El reflejo

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Lucía iba por la calle, estaba admirando la poca naturaleza que se escurría entre los edificios. De repente, miró a un lado y vio en el escaparate de una  tienda un letrero que decía: La casa del reflejo. Que una tienda tuviese ese nombre le pareció curioso. Esa misma curiosidad provocó que entrara a la tienda. Una vez adentro, descubrió un tipo de recepción en la cual el vendedor atendía a los clientes.  - Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarla? - Lo siento, solo entré por curiosidad, quería saber que vendían aquí.  - ¡No se vaya! Aquí vendemos espejos, quizás le interese alguno.  - ¿Espejos? Aquí no hay ningún espejo.  - Por supuesto que los hay. Lo que sucede es que solo puedo fabricar un espejo por cliente. Si el espejo se rompe, no puedo ni repararlo ni fabricar otro.  - Eso suena bastante estúpido. ¿Lo sabe? - Puede que suene estúpido, pero no lo es. Nuestros espejos son muy especiales. Si gusta puede  mirarse en alguno.  El vendedor sacó de la vitrina

La carrera

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Era la competencia más importante en Terrio. Todos los atletas de la cuidad estaban allí.   Desde un podio el alcalde decía: “Lo importante de esta competencia es llegar a la meta. ¡El primero que llegue, será el campeón!”   Todos los atletas se acomodaron en la línea de partida.   Se formaron dos filas, en la primera de ellas se colocaron los corredores de mayor edad y en la segunda los más jóvenes.   Cerca del podio y lejos de la pista, estaba la mesa de apuestas. Todos los ciudadanos, excepto uno, pusieron su dinero bajo el nombre de Jake.   Este atleta   era la esperanza de Terrio, era el más talentoso, el más esbelto, el más ejercitado y el más preparado.   Todos querían que Jake ganara, su victoria sería el pase de Terrio a las carreras nacionales.   Los competidores se preparaban para salir. ¡En sus marcas, listos, fuera! Una manada de pisadas sacudió el polvorín del camino.   Jake de inmediato tomó la delantera, los demás jóvenes seguían sus pasos y los mayores se habí

"Come back to me baby..."

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Todas las mañanas la escuchaba cantar en voz baja un pequeño estribillo que decía: “come back to me baby...” La veía siempre frente a la ventana entonando ese pequeño coro. Todo el tiempo me pregunté   a quién le dedicaba esas cortas palabras que se iban volando cuando el viento mañanero soplaba. Un día, cuando no se lo esperaba,  dije: “come back to me baby…” era muy pequeño para entender lo que eso quería decir. -¿De dónde sacaste eso? -Te oigo cuando la cantas todas las mañanas. ¿Qué es? -Ese es el coro de una canción que escribí cuando era joven y tú no habías nacido. -¡Oh!   ¿Eso es todo lo que dice? -No, decía más, pero ya no la recuerdo. Continué mi vida, creciendo poco a poco, siempre preguntándome a quién iba dedicado aquel coro.   Era muy rítmico y pegajoso, lo escuchabas no podías dejar de cantarlo.   Una vez,  antes de que jubilara a cupido, harto del fracaso, tuve una novia muy encantadora. La amaba mucho realmente, lo último que quería en la vida era

Olvidé como llorar

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Estaba haciendo un rompeolas con mi alegría pequeña, tal y como aprendí de una grandiosa poetisa, mientras colocaba esa pequeña alegría frente al mar bravío, me di cuenta   de algo. En la vida hay minutos continuos en los que una pena se ancla en el alma, el corazón se nubla y en la mente solo se escuchan los rayos y truenos que anuncian un gran diluvio. Cuando eso sucede, todo nuestro ser se riega con un ardor   de poesía, una poesía profunda a la que llamamos dolor. Ese dolor, tristeza o miedo nos hace llorar. Hace al menos 15 años que yo no lloro. No recuerdo cuándo o porqué lloré la última vez. Muchos afirman que eso es bueno, pero les juro, no es así.   Todo me hace pensar que una mañana me levanté y no tenía lágrimas o tal vez   decidí que llorar no valía la pena al menos para mí. Olvidé como llorar y   no puedo recordarlo. El mundo se ha vuelto frio, cruel y despiadado, lo que me hace capaz de enamorarme de   una puesta   de sol   y me hace lo suficientemente   insensible  

Reloj

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En una vieja gaveta, entre las mil cosas que allí se guardan, había un pequeño reloj. Era un reloj de bolsillo, en un extremo, abrazada a una argolla, había una cadenita muy fina y algo desteñida de tanto sostener el tiempo. Cuando abrías aquel reloj veías que sus agujas estaban totalmente detenidas. Podría ser que no tenía baterías o que le faltaba cuerda. Pero no era así, todo era cuestión   de notar que en su opaca cubierta   decía: “Escoge tu hora favorita, y la conservaré para ti”. Aquel reloj capturaba una hora por siempre, para él, el tiempo no transcurría jamás. Por supuesto que eso era una total mentira, el tiempo seguía su rumbo sin detenerse. Sin embargo, aquel reloj, te daba la oportunidad de disfrutar de aquella hora que tú escogieras.   Una tarde el reloj estaba descansando en una repisa, cuando una niña lo encontró. La niña no entendía para qué servía un reloj que no marcaba la hora, así que lo uso para jugar. Durante años la niña movió las gujas a diferentes horas,

Buena Malicia: Competencia

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No lo puedo creer, habían pasado dos semanas y yo no había llamado a Raquel, la noche en que encontré   su número me quedé dormido y cuando desperté solo veía colgando de una silla el   sostén de Elizabeth, que sobresalía de las botellas de alcohol que aun me traían medio mareado.  No sé porque rayos dejó el sostén, con lo mal que la traté aquella noche. Lo que sí, es que estas dos semanas han sido horribles, primero porque sigo pensando en Raquel, segundo porque me da vergüenza ir al doctor   y encontrarme con Elizabeth y tercero estoy dudando de mí. Jamás había dudado en llamar a una mujer que me gusta, solo marcaba su número y con algunos piropos la tenía   en mi cama. Con Raquel no puedo hacerlo, solo pensar que me va a contestar, me tiemblan las manos.   Pero yo no me doy por vencido, ahora mismo estoy en el recibidor de la torre médica, pensando en cómo evitar mi desastre. Además en este tiempo no he tenido nada de sexo y dos semanas para un tipo como yo es algo insólito