El niño importado
Ellos sabían de antemano que sería una tarea ardua, más que ardua, mezquina. Tanto así que habían preparado algunos sobornos con anticipación, no tanto por voluntad propia, más bien, fueron sugerencias inocentes que soltaron al aire los abogados. Se enfrentaban a una adopción trans-oceánica, a sacar a un niño del seno de su mundo para traerlo a una tierra hostil. Por supuesto, los padres adoptivos no eran ningunos fulanos, estaban a la altura de los Fonalledas y de hecho los futuros padres también eran dueños de un centro comercial. Desde allá arriba, trepados unos metros más arriba del vértigo, comenzaron los trámites para importar al niño a la isla. La legalidad iba a tomar tiempo, decían los abogados. El niño nació un 23 de julio y sin saberlo ya tenía su primer boleto de avión comprado. Los padres aterrizaron en Taiwan dos días antes del parto, se aseguraron de tener todos los papeles a mano. Cuando nació el niño lo cargaron en brazos, lo arrullaron y aguantaron las ganas d