El corazón de la manzana
Todos decían
conocerlo. Lo saludaban al verlo, le preguntaban por la familia, por la salud,
por sus logros y por algunas otras historias y anécdotas. Él a veces se asustaba,
era todo muy por encima. Aun así, se daba a conocer, se prestaba al cariño de
las personas. Todos hablaban cosas buenas de él, tal vez algunos malos
comentarios por algunas rarezas, pero nada superaba los buenos comentarios. En
las fiestas todos se divertían, bailaban, cantaban y festejaban con él. Fue en una
fiesta, precisamente, donde conoció a María Luisa quien llegó a conocerlo más
que nadie. Pasó gran parte de la vida a su lado, lo conoció joven, experimentó
con él todos los cambios del tiempo y reafirmó lo que todos demás decían
conocer de él. La mayor parte del tiempo, él era de todos aquellos que lo conocían, excepto por unas horas que se
encerraba en su alcoba y se ocultaba del mundo, las miradas e incluso de sí
mismo. Todos los que lo conocían, incluso María Luisa, ignoraban lo que él hacía
encerrado en aquel cuarto. Él día que murió, María Luisa abrió la habitación.
La encontró vacía, solo eran cuatro paredes capturando el aire y una alfombra
cosechando polvo, pero la viudez no le sentó bien a María Luisa, que sentía
haber perdido su más conocida y mejor compañía. Dejando huellas y queriendo
salir adelante recogió todas las pertenencias de su esposo y allí estaba, a la
vista de todos. Todas sus pertenencias tenían algo único, algo que jamás había
visto. Las pistas la llevaron a buscar bajo la alfombra, donde encontró un maletín
lleno de papeles. Los leyó uno por uno. Parecían manuscritos platónicos, aristotélicos,
visiones del mundo distorsionadas por las perspectivas, radiografías que
dejaban a la vista la desnudez de todos los órganos. Ella no había visto nada
igual, ni siquiera alcanzaba a comprender algunas de las cosas que había allí
escritas, se le escapaban de la mente como agua vertida en una cubeta rota por
todas partes. Ella estuvo allí por primera y única vez, en el corazón de la manzana,
donde dormía el gusano. Cuando terminó de leer todos los papeles se dio cuenta
de que nadie lo conocía. En un desenfreno, tal vez de locura, tal vez desespero
o desconcierto, comenzó a masticar todos los papeles, los metió en su boca uno
por uno, durante varios días, hasta que se los comió todos.
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