Dos
Pasaje
intermedio
El viaje era largo y
arriesgado, una moneda tirada a un pozo, en la espera de escucharla entrar en
el agua. Revisaba sus bolsillos, una y otra vez, deseaba no haber olvidado
algo. Cruzada la frontera debía olvidarlo todo, aquel era un exilio desde la
raíz, entonces recordó. Una lágrima polvorienta rodó sobre los límites de su
rostro, se agarró el pecho. Allí estaba, por fortuna sintió el ritmo del latir.
Por desgracia, el resto de la música se le había quedado al otro lado de la
muralla. Es lo mejor, se repetía, mientras comenzaba a usar los zapatos
olvidados por otro.
La
epidemia
Sin saber cuándo
empezó, todos lo sufrimos. Es un dolor nauseabundo el que sientes en las manos
al meterlas en los bolsillos, están ahí, estrangulando tus manos desde
adentro de la tela. Sabes que la epidemia está
afuera, arriba, sobre todas las cosas, como dioses a los que hay que venerar
por las migajas de nuestro bienestar. Te sientes abusado, utilizado, marioneta,
peón desechado de un jaque mate que se juega, pero no ocurre. Lo peor, nos
siguen recetando la misma cura: la idea de que las cosas serán mejores bajo la
democracia. No hay remedio, parece que la epidemia se riega por el mundo,
inmune e impune, como siempre.
Comentarios
Publicar un comentario