Al final, llegamos tarde / At the end, we're late.
Salimos temprano para sobrellevar el calor de cada día, porque las mañanas pesan, como pesan los ánimos de salir adelante. Nos subimos al carro, entramos al expreso, a esa calle construida para avanzar de un lado a otro, diseñada para cobrarte cada vez que transitas por ella. Allí estábamos, atrapados en el tapón de cada mañana, junto a otra gente “ataponada”, ensimismada, gente que trataba subsistir entre el egoísmo compartido de quien entra primero al carril. Nadie cede el paso, todos quieren ser los primeros. Nosotros estamos en fila, enfilados en la espera de la ansiedad que comienza a sentirse en el carro. Los niños juegan en el sillón de atrás, golpean mi espaldar, los regaño. La copiloto me mira, sé que piensa que estoy siendo duro con los niños, pero no es así. Vamos tarde para llegar a la escuela y no es culpa nuestra. Intento dejar mi mente en blanco entre el rechinar de las bocinas, pero en el retrovisor veo que se acerca un camión. Acelero un poco, hay un auto cerca, el camión no se detiene. El camionero ajeno a lo que sucede dentro de nuestro auto, toca la bocina y la deja pegada para desbaratarnos los tímpanos. Los niños empiezan a llorar, a gritar, a inquietarse. Eso les pasa desde el accidente. Me pasa también a mí, solo que no grito, en su lugar, canto. Canto para calmarlos, para que se sientan tranquilos mientras el camión arremete y se cruza frente a nosotros. Enbistiendo como toro, abre paso entre la multitud. Mis niños aún están asustados, pero respiran, se van calmando. Ahora suena la sirena, el canto ansioso de una criatura mítica que sale del mar para llevar al siniestro a los marineros. Debo dejar que pase la ambulancia –muévete para acá. No puedo hacerlo, hay carros por todos lados. La ambulancia se hace espacio, estoy casi sobre otro carro, casi dentro, junto con otra familia que no es la mía. Intento volver a mi carril, a incorporar mi flujo sanguíneo a las arterias, me atraviesan. Una línea de autos va tras la ambulancia, de mala fe, con la mezquindad necesaria para apretar el acelerador. La ambulancia se estacionó luego de pasar el peaje. Desde los kilómetros que me dejaron atrás, los veo. Se toman un café, tal vez un chocolate recién exprimido por la máquina, supongo que la gran emergencia era que tenían que ir al baño, aunque creo que no les dio tiempo y nos cagaron a todos en el camino. Faltan dos salidas para poder llegar a nuestro destino, tengo la voz ronca, hoy los camiones están de pasarela. Doblo para tomar la salida, casi llegamos. Ahora nos toca la carrera de obstáculos sobre la carretera que no ha visto asfalto nuevo desde que la hicieron. Si, para la semana que viene tendré que comprar gomas nuevas. Dejo a todos en su lugar, en la tarde será el mismo recorrido, a la inversa. Ahora solo puedo pensar en una cosa, la única cosa que me corrompe. Cómo le explico a mis hijos que, porque el carro necesita gomas nuevas, no podremos ir al cine como les había prometido.
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