Ladrón que roba a ladrón....


No la tomó por sorpresa, la estaba esperando en la esquina.  Ella llevaba los tacos altos y caminaba rápido, sintiendo el miedo pulsarle los sentidos. El miedo la rodeaba, la velaba siempre por las esquinas, por eso la sorpresa fue solo para ella. –Dame todo lo que tienes- dijo mientras le apretaba un arma en la espalda. Ella cerró los ojos, entregó todo lo que era de valor. El ladrón forcejeaba con ella, le quitaba las cosas, le arrancaba la propiedad privada. –No me mates- decía ella.  El ladrón no tenía intenciones de matarla, pero ella seguía gritando mientras se le solicitaba a punta de pistola que bajara la voz. Ella se sentía confusa, porque sentía poder dominar al ladrón que tenía la fuerza de una mujer. Pero ella estaba convencida de que una mujer no la asaltaría en plena calle. Con botín en mano el ladrón escapó. La policía se hizo esperar, permitió que a la víctima se le distorsionara el recuento, se le cruzara la lengua con la imaginación. Tropezada en sus propias palabras dio su testimonio. -Era un hombre, con voz ronca, no vi casi nada porque tenía miedo.  El oficial le pidió calma, la tranquilizó como se tranquiliza a alguien cuando se le va a dar una mala noticia. –Es difícil que demos con el paradero del delincuente, pero haremos nuestro mayor esfuerzo. Realmente eso fue una mala noticia, el esfuerzo máximo no fue ni siquiera un buen comienzo.
Los días pasaron, el delincuente siguió libre. Ella vivió más asustada que nunca, el miedo se le clavó en los huesos. No salió de su casa en mucho tiempo, porque el miedo había aumentado, su único deber en la vida era esconderse. Dejó su trabajo y se confinó en su casa. Meses más tarde la encontraron muerta. Salió en la televisión y ella misma lo vio, desde su casa, desde el escalofriante sofá. Estaba salva, ya nadie la estaría buscando, todos la darían por muerta, su nueva vida estaba por comenzar.

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