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Microcuentos de las mentes confusas

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Militante Cuando le dijo al presidente de la nación: “si quiere guerra, vaya, pelee y muera usted”, lo encerraron por la locura de mandar a otro a pelear su guerra. El borde           Ella siempre soñó con bailar, con sostenerse solo en la punta más empinada de su pie, con dar vueltas como un cisne con sus alas extendidas al cielo. Así bailó, en el borde del techo, flotando sus pies en punta por el filo inhóspito, sin miedo a caerse. Aquel espectáculo fue una sencilla y hermosa obra de arte.   Todo eso ocurrió antes, antes de que se cayera. Minotauro           Ella alegaba haberlo matado en defensa propia, pero el jurado no le creyó, prefirieron condenarla a una vida en la cárcel. La única alternativa fue rebajarle la sentencia si se declaraba culpable, pero ella no aceptó, estaba segura de haber vivido en un laberinto. Boomerang           Explicó con lujo de detalles por qué huyó de su casa, hablo de los maltratos, los abusos, las extorsiones y los golpes

Monstruo verde

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Estaba en medio de la noche, rodeado de la hermosura de las luciérnagas, de sus luces llenas de esperanza; ellas iluminaban mi rostro. Me sentía parte de ellas, de su luz. Mientras revoloteaban los lumínicos insectos, les contaba la leyenda del monstruo verde, el monstruo que aparecía en las noches y aterraba a niños y adultos. Cada noche el monstruo es visto merodeando por los alrededores, acechando a su presa, listo para atacar. Mi padre jura haberlo visto por este mismo bosque. A mí me da igual, no le tengo miedo a las criaturas extrañas, el miedo solo vive en la gente que se deja acobardar por lo extraordinario y diferente.   Pero dicen, que aquel que ve al monstruo está destinado a una muerte barbárica. Terminé de contarle la leyenda a las luciérnagas, ellas me entendieron, disfrutaron de la historia, quizás porque se sentían identificadas por el brillo y el color. Poco a poco comenzaron a acercarse, a colocarse sobre mí, posaron sus patitas sobre mi piel, sentí su brillo co

La caca / The poop

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English E n el Museo Británico, a la luz de un hermoso amanecer, una caca abrió sus ojos al mundo. Estaba allí, plantada sobre el escalón, con su tono marrón húmedo de cara al cielo. Los empleados del museo se percataron de su presencia antes de abrir las puertas, pero para cuando salieron a limpiarla, ya estaba acordonada, separada del público como un criminal o una obra de arte. Parece increíble que cosas así sucedan en pleno siglo XXI. Nadie sabía quién era el dueño o dueña de aquella caca, por lo tanto, se procedió a una práctica detectivesca que tomó varias horas y cuyo único fin era identificar al responsable. Lo primero que se hizo fue revisar las cámaras de seguridad, las cuales no sirvieron de nada. Con la primera fuente de evidencia descartada, expertos tomaron pequeñas muestras y las examinaron en el laboratorio para determinar la procedencia. Esto tampoco dio resultados. Con el paso del tiempo trataron de todo para dar con el responsable o el cagón, trataron desde

Contemplando la tempestad

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Tomamos las armas para defendernos, sabíamos de la llegada de los invasores desde hace meses. Buscamos todo aquello que pudiera ser utilizado como arma, nos cargamos de municiones artesanales, construimos fuertes y vigilamos los mares. Estábamos listos para la guerra, para defendernos de los extraños que querían arrebatarnos ese algo nuestro. Cada día las lentas noticias eran menos favorables, menos a nuestro favor, más en nuestra contra. Corrían rumores de que eran más de 30 navíos los que venían a atacar, equipados con cañones, pólvora y rifles.   Con todo y eso, no tuvimos miedo. Estábamos listos para ganar la guerra con sangre, listos para hacer correr al enemigo, aunque fuese detrás de nosotros, listos para defender nuestra tierra, nuestro nombre, nuestro orgullo. La guerra debió haber comenzado hace tres días. Hace tres días debimos divisar los barcos acercándose desde la horizontal puesta del sol; se nos había advertido de esta invasión, de que íbamos a ser tomados como

Marejadas

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1 Matilde llegó a su casa destrozada aquella noche. Se quitó las zapatillas y sintió como sus dedos se desencogían, se estiraban con un sabor a delicia por la planta de los pies. Con sus manos adoloridas sujetó sus pies como si fuesen un cepillo y comenzó a estregarlos, se los estregaba en círculos para sentir alivio. Cuando terminaba, con una mano se sobaba la otra. 2 Carlos estaba en su casa, con su corbata ajustada al cuello, con los ojos brotados como pez helado. Los papeles lo tenían loco, demandas, dinero, bienes mancomunados, dividendos, fraude, fondos… Un fondo que nunca llegaba a tocar. Él siempre trataba, quería hacer todo bien por él y por su hijo. 3 Ella ya había llegado al sofá, aún sin quitarse el delantal. Prendió el televisor para escuchar una voz, quizás para enterarse de lo que acontecía en el país, en ese país de afuera al que ella no pertenecía por falta de unos trámites y unos papeles. De Quisqueya no tenía noticias, así que antes de bañarse

Perorata

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Mi vecina, una señora encantadora que vive sola desde que murió su marido, me ha dicho que ha adoptado un gato.   La verdad es que me apena mucho su situación, un día cualquiera quedó abandonada, tirada al olvido, recogida, y vuelta a tirar a un rincón solitario. –Eso pasa cuando uno llega a viejo- me dice siempre que la veo. Por eso me rompe el corazón, pienso que hay muchos como ella, arrinconados en los espacios en que nadie los piensa. En mis días libres voy a visitarla, le hago compañía por un rato, pero desde hace unos meses no he ido a verla. No olvido que es mi vecina, que le tengo mucho aprecio, quizás he dejado de ir por algunos asuntos de juventud. De todas formas, estoy al pendiente por si necesita ayuda, todos la necesitamos en algún momento, pero también hay que hacer otras cosas, hay que seguir adelante, aunque ir adelante sea un camino en reversa. –Puede que todos terminemos así algún día, solos - me dije. Creo que por eso adoptó al gato, para estar menos sola,

El recuerdo más triste del mundo / The saddest memory in the world

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English Él era un tipo poco usual, tenía uno de esos dones extraños con el cual jamás olvidaba nada.   Recordaba detalles absurdos, cantidades exactas y hasta las vestimentas de las personas. Memoria fotográfica, ese era su don. Tenía un registro completo de su vida, lo sé porque me la ha contado con lujo de detalles. Sin embargo, la tarde que lo encontré sentado frente a la escalera de mi casa, me rompió el corazón. Lloraba desconsolado, como un niño que descubrió la electricidad en los enchufes, como un adulto que descubrió la posibilidad de la muerte, como un adolescente que adolece de esas cosas que le faltan. Lo consolé, lo abracé, intenté decirle que todo iba a estar bien, pero no entendía porque lloraba. Él me explicaba con su lengua convertida en nudo, con el nudo atado en la garganta, con la garganta hiperventilando, con los pulmones apretados sobre el pecho, con la angustia saliendo de sus ojos. Hablé de mi día para distraerlo, para corromper su memoria perfec