Marejadas
1
Matilde llegó a su
casa destrozada aquella noche. Se quitó las zapatillas y sintió como sus dedos
se desencogían, se estiraban con un sabor a delicia por la planta de los pies.
Con sus manos adoloridas sujetó sus pies como si fuesen un cepillo y comenzó a
estregarlos, se los estregaba en círculos para sentir alivio. Cuando terminaba,
con una mano se sobaba la otra.
2
Carlos estaba en su
casa, con su corbata ajustada al cuello, con los ojos brotados como pez helado.
Los papeles lo tenían loco, demandas, dinero, bienes mancomunados, dividendos, fraude,
fondos… Un fondo que nunca llegaba a tocar. Él siempre trataba, quería hacer
todo bien por él y por su hijo.
3
Ella ya había llegado
al sofá, aún sin quitarse el delantal. Prendió el televisor para escuchar una
voz, quizás para enterarse de lo que acontecía en el país, en ese país de
afuera al que ella no pertenecía por falta de unos trámites y unos papeles. De
Quisqueya no tenía noticias, así que antes de bañarse sacó un rosario de
caracolas, para pedirle a las vírgenes que su hijo tocara la arena de la orilla
y no del fondo.
4
El hijo de Carlos,
Jon, estaba recostado en una hamaca, en calzoncillos leyendo un libro,
despistando el calor y abundando en la costumbre. Carlos lo veía desde el otro lado del balcón,
miraba hacia adentro de su casa y deseaba que la vida de su hijo fuese más grande
de lo soñado, en una casa más alejada de la calle y también más propia de una
familia feliz. Jon se puso de pie, y hubo un cruce de miradas y una mirada se
añadió con un golpe.
5
Matilde tomó una
ducha, se sacó los sudores y el polvo añejo de las 5 casas que había limpiado
ese día. Trató de enjabonarse la espalda, pero no aguantaba los brazos, ni los
muslos, ni la entre pierna, se sentía como una muerta escapada de la fosa, su
cuerpo sin fuerzas y su alma remontando las olas del caribe, en un Titanic de
madera y con la boca llena de sal.
6
Ambos escucharon el
golpe, Carlos miró por el balcón y vio a la señora sembrada con todo y su
bicicleta en el filo de una cuneta. Dejó todo a un lado para ir a ayudarla,
pero la señora, con todo y sus años, fue lo suficientemente ágil como para
seguir su ruta antes de que Carlos tocara la acera. Carlos no pudo hacer nada,
pero notó que aquella área de la acera ya estaba algo despintada, con rasgos de
repetidos despistes. Carlos miró hacia arriba, vio la hamaca y a su hijo allí
sentado, interesante ruta tomaba aquella señora con su bicicleta.
7
Matilde salió de la
ducha para recostarse en el sofá, a escuchar las voces ajenas del tv que aún
estaba encendido, a elevar otra plegaria, a sentir su cuerpo depositándose en
un reposo. Un abanico le soplaba el cabello, asomándole algunas canas propias
del tiempo que pasaba angustiada. Se quedó dormida mientras unas greñas le
rozaban la cara, moviéndose de un lado a otro como una yola azotada por el
viento y mecida en las olas del mar.
8
Carlos regresó
arriba, a trabajar la noche, para desvelar su desvelo, para ganar el caso, para
que algo pasara. No hizo falta más, los papeles que necesitaba estaban
perdidos. Los buscó por toda la casa, por el balcón, por la hamaca, por la
cocina y no aparecieron. Mientras buscaba vio las luces de los policías por la
ventana del balcón, iban en dirección a barrio Obrero, a zambullirse en el
mangle para exportar a los peces con sabor a fango. Por suerte para Carlos, su
cliente aún estaba en el mar.
9
Matilde los escuchó
llegar, ellos iban como gatos en la noche, con paso de pluma y sigilo. Pero
ella los escuchó, los percibió, se le metieron por las pesadillas y le abrieron
los ojos magullándolos con insomnio y nervios. Se acercaban por la puerta,
querían arrebatarle el sacrificio de despertar antes que el sol cada mañana.
Golpearon en la puerta, -es la policía. ¡Abra! -. Así lo hizo, al tercer
intento ellos golpearon la puerta con fuerza. De inmediato se encontraron en
aquel pequeño recoveco sin ventilación, excepto por una única ventana que
estaba abierta en medio del gabinete, escapando con dificultad hacia la calle.
10
Carlos seguía sin
dormir, buscando los papeles, su cliente debía llegar y ser una persona con sus
documentos falsos al día. Carlos no pensó que su hijo tenía los papeles, como
tampoco pensó en que su hijo sabía que él estaba tramitando papeles falsos para
un político que legislaba con una mano y traficaba la droga con la otra. Esa misma madrugada Carlos tomó a su hijo y
se marchó de la casa, abandonó todo tras la nube de polvo de un avión y se fue
a otro lado a empezar de cero, con su cabeza pegada al cuello.
11
Matilde corrió y
corrió en dirección a la playa. Allí
estuvo varios días y varias noches, con los pies y las manos igual de cansados
que antes. Su vista estaba entre
tinieblas, entre olas firmes que la sacudían por momentos. Estremecida vio como
las olas mecieron un pequeño y rústico bote que se empujaba hacia la orilla. Su
hijo saltó al agua, corrió entre los erizos y para llegar a abrazarla. Aquellos
dos mares se unieron en un abrazo de sal, en un amanecer con canto de sirena
ronca. Caminaron sin destino, sin rumbo, con el sueño real anclado en la
orilla.
12
Carlos jamás volvió,
se hizo una vida allá en otro lado, exiliado de forma voluntaria. Nunca procuró
nada de lo que tuvo, simplemente olvidó, dejo caer toda aquella falsedad que lo
sostenía. Jon fue a la Universidad, sin embargo, por alguna extraña razón
sentía que su ser se le escapaba y regresaba a los libros y las hamacas.
Recordaba con nostalgia ese lugar, donde la bicicleta no había vuelto a
tropezar.
13
Dejando atrás una
acera desgastada, Matilde decidió entrar a una casa de las que limpiaba, tomar
algunas cosas y jamás ser vista por allí. Así lo hizo. Nadie llegó a la casa aquel día, ni los siguientes, ni durante toda la
semana, pero Matilde sabía que tenía que irse. Madrugó, quería dejar todo como
estaba antes, acomodó las cosas en la casa, limpió lo necesario y cuando fue
arreglar una de las camas, encontró los papeles que necesitaba.
IMPOSIBLE NO ENTRAR Y SENTIR LO QUE OCURRÍS EN ESOS DOS MUNDOS ENTRELAZADOS.
ResponderBorrarMe gustó mucho el final que une esas dos historias.
ResponderBorrarUn abrazo