Mircocuentos de las esposas felices
Tesoro
Ella se casó con él
por pena. Desde el momento en que él se le acercó mostrando interés ella sintió
deseo de rechazarlo, pero no lo hizo. ¡Él fue tan bueno con ella! Él era un
amor, un hombre cariñoso, de esos que las mujeres dicen que ya no quedan. Todos
los que lo conocían decían lo mismo: “este hombre es un tesoro”. A los escasos dieciocho,
se casaron. Pasaron los años hasta que un día un reporte a la policía advirtió
el desconocimiento de su paradero. Ella
sintió pena, quizás un poco de remordimiento, dos años más tarde cuando decidió
aprovechar la juventud que aún tenía. La gente comenzó a hablar horrores de
ella, de puta hacia abajo rodaron los insultos. Ella seguía desfilando hombres
a su casa, disfrutando lo que con su marido fueron angustias. Con todo su
corazón jamás lo quiso, ni un poco. Luego de una tarde de amor, ella fue al
patio. Un hombre más joven que ella la abrazó. Ella pensaba quedarse con ese,
era un chico, pero era lo que siempre había soñado. Se movieron juntos en un
abrazo, lo que los hizo tropezar y caer sobre la fuente del patio. La fuente ni
siquiera estaba fijada al piso, cayó desparramando toda el agua. El joven la
ayudó a ponerse en pie y allí estaba, un agujero sin cicatrizar, una planta que
era toda dientes y cuencas. Aquella pirata sé acomodó el pelo y le dijo a su
joven: “los tesoros hay que enterarlos”.
Camaleón
Diana era una mujer
hogareña, una arbañil, cocinera, mecánica, handywoman, secretaria, madre,
lava platos, lavadora, secadora, aspiradora, educadora… todo.
La esposa feliz
Una
mujer luchadora, emprendedora, grandiosa, llena de alma y espíritu, casada con
su propia vida.
Las esposas
Ellas se amaron.
Bueno, se amaron hasta que una de ellas se puso gorda y la otra le reclamó no
haberla conocido así.
Había una vez
Había
una vez un matrimonio feliz. Ya no.
Sacramento
-Puede besar a la
novia- dijo el sacerdote. La novia volteó la cara – yo también puedo besarlo a él.
- replicó.
Beso de amor
Llegado el beso que
los haría esposos recordaron todo lo que ya habían vivido juntos, el sabor que
cada uno tenía saboreado, se miraron fijamente –¿nos besamos? – se preguntaron.
Vestido blanco
Ambos, novio y novia,
reconociendo su vida, decidieron casarse de blanco dálmata.
Feliz nuevo comienzo
Él salió a buscar
cigarrillos, en línea recta.
Sin título
Entre las miles de
historias desabiertas de amor, quizás graciosas por la chispa de alguna trama, hay
una historia felizmente triste. Yo los vi amarse cada día, cada segundo, cada
instante. Su amor sublime crecía desde el aire, desde sus corazones aferrados
locamente, en las buenas y en las malas. Ayer, recordé todo ese amor que se
había quedado clavado en mi pecho, mientras cubrían con tierra el ataúd de mis
padres.
¿?
Ellos se gustaron
desde niños. Eran el uno para el otro. Cuando los derechos fueron un poco menos
jorobados y un poco más justos pudieron casarse. El día de la boda un
imprudente gritó - ¿Cuál de ustedes es la esposa?
“Carla se ha ido a bailar a la ciudad”
Ella lo miró, estaba
en el sofá a lo Homero Sipmson, con su cerveza, su televisor, su descuido físico
e intelectual, su todo conjuntado en aquello que llamaba esposo. ¿Sabes esa sensación
cuando quieres llorar y las lágrimas no te salen? Pues ella empezó a reír, tanto
que se confundieron las lágrimas. Mientras reía, tomó las llaves, se subió al
auto y entre risas manejó hacia la libertad.
Esposas
Aunque el crimen
fuese horrendo, ellas estaban juntas, en su círculo criminal de amor.
¡Magnífico, un aplauso!
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