La curiosidad mató al gato / Curiosity killed the cat




El haber nacido sin brazos no fue un límite para él. José Gabriel era digno de admirar, todos lo admiraban, como si él necesitara ser admirado más que otros. Su condición era congénita. De pequeño no causaba admiración, solo pena. La lástima se amontonaba en cúmulos grandes de buenos deseos y palabras de aliento. Pero José Gabriel respiraba por sí solo. A los 5 años había aprendido a escribir sujetando el lápiz con los pies. No lo pude creer la primera vez que lo vi, no solo escribía, dibujaba, se cepillaba los dientes, se peinaba, sus pies eran más útiles que el conjunto de mis extremidades. Por suerte para mí, José Gabriel también tenía buen sentido del humor. Aunque él dice que el sentido del humor suele acompañar a los desfavorecidos por la vida, según él, es un sistema de auto preservación que le ayuda a superarse en vez de lamentarse. Igual para todos los demás son sorprendentes las cosas que puede hacer con sus pies. Y la verdad es que no supe de su existencia hasta que me tocó compartir apartamento con él cuando me hospedé en la universidad.  Se supone que su habitación iba a ser una preparada para su falta de brazos, porque discapacidad no era, siempre fue capaz de todo, incluso de embriagarse y despertar quien sabe dónde.  Ese domingo que llegué al apartamento y abrí la puerta y lo vi levantando la cuchara con sus pies, me quedé de una pieza. Estaba totalmente sorprendido, sin embargo, tuve una incógnita.  Pasaron los primeros días, le ofrecí ayuda, la aceptaba algunas veces. Lo vi pasar las páginas de un libro solo con el dedo gordo de su pie. Aun así, lo observaba buscando una respuesta a mi pregunta. Conforme compartimos espacio, nos hicimos buenos amigos. Cada vez que lo veía escribiendo y quitándose los espejuelos con los pies, me venía la duda a la mente. José Gabriel era brillante, de seguro no iba a tardar en darse cuenta de que no me acostumbraba a verlo. Comencé a disimular mejor, de hecho, realmente me sentí cómodo con él, era un tipo fantástico, solo algunas veces recurría la pregunta a mis pensamientos. Una tarde, busqué entre mi valentía y encontré un lugar donde esconder la vergüenza. Esperé a José Gabriel sentado en el sofá. Estaba nervioso de verlo salir y no saber que decirle o peor aún, estaba aterrado de que tomara mi pregunta como un insulto, pero había pasado ya casi un año y la curiosidad me estaba matando. Cuando me vio sostuvo una leve cara de preocupación, me preguntó si me pasaba algo. Evidentemente respondí que no. Se sentó frente a mí, yo lo miraba serio, pero asustado. Buscaba en mi mente la forma de hacer la pregunta que llevaba en mi mente desde que lo vi. Con voz tenue me disculpé, dejé en claro que mi intención no era ofenderlo y mucho menos violentar su privacidad. Recalqué todo lo que pude y solté la pregunta. Sin tomar un instante José Gabriel comenzó a reírse, pero a reírse. Una risa incontenible que lo hizo estirar su pie para secarse las lágrimas. Intentaba respirar, pero no dejaba de reír, pensé que se iba a morir por falta de aire. Se fue calmando poco a poco, y cada vez que parecía estar listo para hablar se le cortaban las palabras con una gran carcajada. Nunca se rio tanto en su vida. Cuando pudo hablar me dijo: “en tantos años es la primera vez que me siento tratado como un igual, nunca nadie se había preocupado por cómo me limpio el culo”.
F. JaBieR

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