La migración de algunos
Recuerdo aquella
tarde en que liberé al canario que estaba en la jaula del balcón. Nadie en mi
familia quiso hablarme por al menos una semana. Y todos se enojaron conmigo por
hacer lo correcto, yo debería estar enojado con ellos por privarle de libertad
a aquella hermosa ave. El canario cantaba, revoloteaba en su jaula cunado veía
a otras aves posarse en el barandal del balcón. Todos en mi familia amaban las
aves, aunque siempre fueron egoístas, ellos querían tener toda la belleza del
ave enjaulada. Yo recuerdo cuando el
canario aún era un polluelo. Estaba encubado en una pequeña caja de cartón tapizada
con papel del periódico de ayer. Allí creció alimentado con una jeringuilla,
tomando agua de una tapa de galón de leche. Cuando ya aleteaba, le cortaron el
vuelo. Luego de eso, vivió en la jaula. Lo más parecido a una rama que el
canario había visto, era el pequeño columpio que colgaba de uno de los alambres
de los que estaba hecha la jaula.
Recuerdo aquella tarde en que liberé al canario que estaba en la jaula
del balcón, porque esa misma tarde me fui de casa, pero antes de irme, agarré
la puerta de la jaula y la descuajé de los alambres. El canario voló, aun me
parece estarlo viendo. Sin embargo, me sorprendí el día que mi familia volvió a
hablarme. Ellos me dijeron que entendían lo que hacía y que debía seguir mis sueños,
hasta me invitaron a cenar y acepté. Volví a casa, a esa casa de la que migré
como ave en invierno. Allí estaba, cantando y lo peor de todo, la jaula seguía
sin puerta.
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