El cántico del caracol vacío
En el tiempo en que
esta isla de hoy era otra, cuando ocurrió la mezcla del taíno y el negro, en un
paralelo extraño que no se vivió nunca, había una negra llamada Mabú. La negra
Mabú era la mayor de seis hermanas. Fue raptada de una playa africana y
despertada bajo el recién estrenado sol de la isla caribeña, Borinquén. Era mil
cuatrocientos y algo, un algo de más o un algo de menos. Mabú se escapó de su
ama blanca y fue a parar en un pequeño poblado taíno, en una pequeña isla anexa
a la isla grande. Mabú no entendía a los taínos, ni los taínos a ella, pero la
acogieron como una más, como otra expatriada en las filas del exterminio. Eran
esos tiempos del caribe oprimido, si es que alguna vez pasaron, si es que
alguna vez eso quedó atrás. Y en la pequeña isla Mabú se hizo parte de la
familia, la mayor de tres hermanas emparentadas por la fuerza, mezcladas como
el agua y el aceite. Las taínas Guaninina y Maguax eran las hijas del cacique.
Todos los taínos de la aldea respetaban a la gran familia del cacique, pero no
a Mabú, porque ella no era parte legitima. Su sensual negrura traía a los
indios locos, pero Mabú ya era mujer libre, y su libertad era absoluta, nadie
le pondría un dedo encima sin su consentimiento. Guaninina, la hija mayor del
cacique, estaba enamorada de la conquista, de los conquistadores que habían
matado a su estirpe y habían abusado de otras. Nada la detuvo, ella se fugó con
su conquista, fue conquistada y descubierta hasta sus profundidades en un
matorral. Esa misma noche quedó colonizada.
Nueve
meses más tarde un par de gemelos blanqueados abrieron sus ojos bajo un techo
de paja. Lo primero que vieron ambos gemelos fue el rostro negro de Mabú, y tal
vez fue el rostro que más vieron en su vida. Cuando el cacique murió en
batalla, Guaninina perdió sus privilegios y fue ordenada a trabajar la tierra
en la época de los cultivos. Los gemelos se quedaron en el bohío con Mabú quien
cerró sus alas y abandonó su sueño de volver contrabandeada a África. Los crió como lo hubiese hecho con sus hijos. Guaninina no hizo nada por cuidar los niños,
no aportaba más que problemas al bohío. No quería limpiar las ditas, ni los
dujos y mucho menos las hamacas. Mabú era la que todos los días tenía que
preparar el casabe, porque Mabú la quería como una hermana, a los gemelos, como
a sus hijos y a la otra hermana, la menor, a esa la cuidaba como si fuese la
luz de sus ojos, pero esa murió joven. Sin quererlo, Mabú se convirtió en el
sustento de la familia. Fue así por
muchos años, ni un novio pudo tener, no por falta de decisión, Mabú era mujer
de palabra, de honor y respeto, renunció a todo por amor a su familia, a la
gente que la acogió en sus tierras. Un día Mabú enfermó. El bohío en el que
vivían se hizo añicos, las hamacas se deshilaron y no quedó nadie para ayudarla.
Mabú estaba sola, con la frente en alto. Ella lo sabía de antes, la única vez
que visitó la orilla del mar, una concha de caracol vacía se lo susurró al oído.
Aunque ella no creía en eso, allí estaba, sola, muriendo, luego de haber sacado
una estirpe ajena adelante, luego de que su sudor labrara los caminos, luego de
haber dado a extraños todo lo que debió ser de ella. Tal vez eso la estaba matando,
fue eso lo que terminó por acabarla desde adentro, ella nació para ser grande y
cuando la grandeza no sale del pecho, una se revienta desde dentro.
No
podía dejar de mirarla fijamente, pensé que estaba delirando. Le puse el suero
y le pregunté al oído, con mucho cuidado: ¿Y
esa historia fue verdad? Tal vez- susurró. Sin saber por qué, le di un beso
en la frente. Ella me dio su mano. Yo la sujeté, no dejé que su alma se
arrastrara por el suelo, la coloqué en su sitio, a la altura, como siempre debió
estar. Sonrió. En mi mano dejó una concha de caracol vacía. Llevó mi mano hasta
mi corazón. Ahí lo entendí. Me pidió con sus ojos que guardara el recuerdo de
la única vez que visitó la orilla del mar.
F. JaBieR
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