El sueño de un pez




He vivido bajo el mar, muy feliz y por muchos años. Pero tanto tiempo bajo el agua es como gastar los minutos solo en respirar.  Soy un pez colorido reluciente como el sol, nado a todas partes buscando una aventura  en este mar que está lleno de emociones.  A diferencia de otros peces, mi memoria  no es de dos minutos, al contrario, recuerdo  cada cosa que he hecho. Un día, cuando la profundidad del mar  no entallaba con mis ganas de aventura, decidí acercarme a la orilla. Ningún pez con cordura  hace tal locura, allá en la orilla hay miles de peligros, depredadores, humanos que buscan su cena, incluso una ola puede desecharme en la orilla y dejarme morir en una burbuja vacía de aire. Pero en eso hijos de la imaginación a los que llamamos cuentos, todo es posible y yo tengo un mar de letras para sumergirme saltar y hacer lo que me plazca. 
Así que aquel día con mis aletas a toda marcha nadé a la orilla. Al llegar ya era de noche, el cielo se miraba así tan guapo en el espejo del mar.  Fue una experiencia maravillosa nadar por el cielo y hacer burbujas de amor por las estrellas mientras despeinaba el reflejo de las constelaciones. Fue una noche de aventura, de nados lentos, rápidos y escurridizos que me protegían de caer atrapado en el cangrejo estelar.  Pasaron las horas y desde lo más profundo del mar salió  disparado en cámara lenta el gigantesco sol.   Siempre había visto su luz, pero jamás había visto como saltaba desde lo profundo del mar y se sujetaba del firmamento.  Para mi sorpresa  la orilla comenzaba a ser custodiada por  las muertes blancas, que se deslizaban entre el viento como un torbellino de velocidad   que acababa en muerte súbita. A ellas les llamaban gaviotas.
Yo no les temía, más bien las admiraba, podían estar fuera del agua y volar libres a cualquier lugar, sentí envidia, eso lo debo aceptar. Por largo tiempo pensé en mil alternativas, el sol dio un salto gigante, de un lado al otro, y al mar nuevamente, se echó a nadar. 
Esa noche miré a las estrellas, me remordían unas ansias de volar, así como aquellas gaviotas esbeltas que emplumaban la libertad.   Me sumergí  en las aguas y di un salto mortal, estuve unos segundos en el aire y golpeado por un beso regresé al mar.  Supuse que no tenía la fuerza suficiente para saltar como el sol, ahogué mis etéreas tristezas y comencé a flotar por  el mar.  No me doy por vencido ante mis ganas de volar. Así que sembré ese sueño en mi mirada para alejarme de la realidad. Sobre una ola perniciosa, ególatra y altanera me puse a pensar en mis furtivos deseos. Sin dudarlo, me  sembré gaviotas en mi alma, para con sus alas poder volar.  Las gaviotas me dijeron: ¡Oye pececito! Deja ya de soñar, los sueños se escapan de prisa, y los peces no pueden volar.

Comentarios

  1. Precioso relato... soñar no cuesta nada, y quien sabe, si alguna vez su sueño podra realizarse.
    Un gusto leerte.
    Reme.

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    Respuestas
    1. Me alegra mucho que ta haya gustado, espero verte de paseo nuevamente en este blog. Gracias :)

      Pd: cierto es, nunca se sabe cuando un sueño se hará relidad.

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  2. Gracias... Espero que aquí encuentres otros cuentos de tu agrado.

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  3. Lindo cuento, donde mezclas fantasías y realidades, me gustó un montón leerlo, gracias

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