Error sombrio
Todos desconocían lo que motivó aquella
situación, pero era de esperarse, la luna comenzaba a salir y en la tienda de
Felipe, Luis estaba por recibir un golpe que lo tiraría al suelo, Amparo
gritaba entre un llanto desconsolado. No
faltaron pocos segundos para que Luis callera al piso mal
herido. Amparo se acercaba a él, y
acariciándole el rostro le decía que todo iba a estar bien y que se iba a
recuperar. Un poco de sangre brotaba de su pecho, en una esquina, por el cuchillo de Felipe la sangre se deslizaba hasta
caer en una sombra tan obscura que confundía
con su propia piel.
De repente la policía ya había llegado,
ponga las manos en alto, le decían a Felipe. Dejando caer el cuchillo al suelo,
fue apresado con las cónyuges metálicas del encierro. Una ambulancia estaba en la calle, la congestión
vehicular parecía normal para los sanjuaneros, que desconocían aquel incidente.
Luis fue llevado al hospital, los
doctores comentaban que él estaba vivo porque el cuchillo no había cortado ninguna arteria, todo indicaba que Luis iba a reponerse luego
de unas suturas y un tiempo de reposo, porque había perdido mucha sangre.
Con
la policía estaba Amparo, Felipe se encontraba tras una reja a la cual tendría que acostumbrarse. Uno de los policías se acercó a Amparo para
preguntarle qué era lo que había sucedido.
Amparo comenzó por contarle que era una fiel cliente de Felipe al igual
que Luis. Sin perder tiempo le dijo al
policía que Felipe siempre vendía la mercancía dos veces más costosa de lo que
en realidad era, pero que sin embargo eran un buen comerciante y que en
ocasiones tenía buenas ofertas. El
policía no tardó en pedirle a Amparo que se limitara a contar lo que había sucedido. Amparo luego de algunos comentarios sarcásticos
acerca de las malas investigaciones que se hacían de los crímenes en este país,
le dijo que cuando ella llegó Felipe tenía a Luis agarrado por el cuello de su
camisa y luego el puñal, el pecho, la sangre los gritos y los policías.
En esos momentos en la celda donde estaba Felipe, un abogado le
pedía una declaración jurada. Felipe en una de esas libretas de hojas amarillas
comenzó a escribir. Siempre iba a mi tienda, su pelo negro y largo acariciaba su espalda.
Ningún hombre se llevaba una sonrisa de
ella, cada vez que le coqueteaban disparaba con algunas balas de sarcasmo que
herían el piropo al más hermoso. Yo, que
no dejo caer dinero en la vitrina cuando ya está en la caja, le daba ofertas
especiales, la trataba bien y ella, Amparo,
se portaba muy amistosa conmigo.
Entonces llegó él. El tipo
delgado, esbelto, rubio y de ojos
azules que no debía ni un centavo a
nadie. Casi todos los días iba la tienda, yo escuchaba que le halaba a
Amparo, y veía como ella no le contestaba como a los demás. Quizás porque no lo
entendía, Luis es honrado pero su
español es medio raro. Luis también es un tipo alegre, parecía que lo
habían sacado de Disney, siempre sonriendo. Y sonriendo hizo que Amparo se
enamorara de él. Yo que puedo ganar, si
soy un gordo coloreado con crayón negro, jamás me puedo comparar con un blanquito,
delgado y de ojos azules. Por eso
intenté matarlo, me siento menos que el mundo y eso tengo que negociarlo.
Un policía levantó el la libreta y le
dijo que estaba acusado de intento de asesinato en primer grado y que no se
podían hacer negocios. Amparo se dirigía al hospital a ver a Luis. El pulso de
Luis extrañamente comenzaba a descender, en sus labios se quedaba atascado un
“I love u”, casi se estabilizaba. Y detrás de los barrotes Felipe se decía a sí
mismo: soy un tonto, casi mato a un hombre blanco sin pensar que la
gente es racista e idiota, porque son racistas pero creen que un negro con dinero es menos negro; pude haber triunfado pero he caído en mi
propio engaño, un engaño del color de mi sombra.
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