La dama en el ojo



Como de costumbre, ya había disfrazado de ingenuidad mi anzuelo, entonces te vi.  Yo que  andaba ciego, divisé tu luz  entre las siluetas. Eras brillante, tu claridad  asombró mi pupila, tu cabello enredó mis sueños. Me acerqué pero estabas inalcanzable como un  arcoíris. Mis pensamientos, entorpecidos de ti,  no me dejan acercarme. Pero mis pies se movieron, se deslizaron a tu lado, mi mundo dormía de alegría, el telón de tus  ojos comenzó su función, y yo era el espectador esperado en primera fila. En mi pupila una estrella comenzaba a brillar, tus vientos vueltos palabras impulsaron mis sentidos a la marea de  tus ojos, ahogando para siempre mi razón.  El barco de mi mirada se persignaba ante un naufragio. Sin embargo, tu mirada calmó las aguas, mi barco llegó a tu orilla.  Al despedirnos tú no te fuiste. Cerraba los ojos y ahí seguías, no había forma de borrarte.
Hoy sigues ahí, te sientas, te levantas y preparas un equipaje que nunca te verá partir. No solo eso, tú caminas seguido en mi pensar y veo cómo te miras  tan guapa al pasar.  Construyes tu casa en lo profundo de mi mirada. Sueño y sonrío al  ver que ya estas establecida, durante algunas noches limpias mi mirada con tus muñecas y algunos cubos de agua se derraman inadvertidos por mis mejillas. Yo me enamoro cada vez más, te sabes dueña de mis ojos, te regodeas por ellos día y noche.  Amanece, me asusto al ver que dejas la casa vacía.  Y me digo que en las mañanas sales a vivir, a crecer, a  germinar el alma. Durante el día entras a esta tu casa, que se inunda por la simple alegría de verte, a esas horas intermedias que visitas tu casa, mis ojos brillan de resplandor, tu casa se ilumina, pero no lo sabes; no notas que eres tú quien ilumina tu casa.
Luego cuando el deber del mundo te roba de mi tiempo, te alejas por mis mejillas volviéndote en la distancia cada vez más pequeña, más no me dejas solo. En mis ojos dejas tu belleza, tu esencia. Lejos o cerca sigues en mis ojos, que a su vez habitan en mi alma y son la simple puerta a mi corazón.
Llegaste aquella tarde, ya casi era de noche, me diste un beso y antes de contarme tu día, pasaste tus manos por mi rostro, como nunca, me miraste a los ojos. La curiosidad recitó de tu boca a mis oídos una música que decía: en tus ojos hay una luz muy única. Te miré, mi alegría te pintaba la cara y te dije: mis ojos brillan porque  ya has vuelto a  casa.

Comentarios

  1. ESe brillo que todos buscamos encontrar en los ojos que nos miramos. +felix sigue con tus relatos, llevan magia...

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, me alegra tu comentario y que te haya gustado. Gracias

      Borrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Los tres cerditos: una historia de terror / The Three Little Pigs: A Terror Story

El calcetín rojo

Érase un Hombre que quería un corazón de piedra